Por alguna razón en los discursos cristianos el camino que se escoge es, una y otra vez, la superioridad moral y espiritual. Siempre buscamos ser los mejores, la mejor iglesia, la mejor denominación, la mejor misión, la mejor persona. Ser cristianos de una forma u otra, adentro, nos equivale a ser mejores que los demás.  

Pero las enseñanzas del evangelio nos invitan una y otra vez a no dejarnos llevar por esa actitud. En una parábola Jesús muestra la imagen de un fariseo que agradecía a Dios por no ser como el publicano. Una y otra vez Jesús confronta esas ínfulas de superioridad y hace un llamado al amor por el otro en medio de sus realidades partiendo del echo de que todos y todas somos pecadores.   

El camino de Jesús es un camino hacia las personas, no en contravía de ellas. El camino de Jesús es uno que se una de la gente, no uno que se aleja de la gente. Jesús es Dios que viene a nosotros y nos invita a ir a los otros en medio de sus circunstancias incluso pecaminosas.