El sermón presenta los Diez Mandamientos no como una carga legalista, sino como una carta divina que revela el carácter de Dios y la verdadera naturaleza de la libertad: libertad para cumplir su voluntad tras ser redimido de la esclavitud del pecado. Arraigada tanto en la creación como en la redención, la ley expone la pecaminosidad humana, revela las santas normas de Dios y señala la necesidad de un mediador, cumplido en última instancia en Cristo. Llama a los creyentes a dar prioridad a Dios por encima de todo, a honrar la autoridad como reflejo de la soberanía divina y a vivir con integridad en la palabra, el descanso y las relaciones, todo ello cimentado en la gracia de la salvación. El sábado se presenta como un don sagrado de descanso y alegría, prefigurando el descanso eterno en Cristo, mientras que las exigencias de la ley se cumplen no por el esfuerzo humano sino por la fe en la obra sacrificial de Jesús, el único que elimina la condenación y transforma el corazón para que se deleite en la obediencia.