La razón de aceptarnos unos a otros es que Cristo nos aceptó cuando no merecíamos ser aceptados.
Él murió por nosotros cuando aún éramos pecadores (Rom. 5:8). Éramos sus enemigos (Rom. 5:10). No lo buscábamos (Romanos 3:11). Vino a buscarnos en nuestra condición perdida e indefensa (Lucas 15:4).