Para domar la lengua, debemos reconocer su poder para bien o para mal (3:3-5a). Santiago usa dos analogías aquí para señalar que la lengua es pequeña, pero poderosa: el freno y el timón. El freno es un instrumento relativamente pequeño, pero cuando lo pones en la boca de un caballo, puedes controlarlo por completo. Lo mismo ocurre con el timón de un barco.