Para vencer la tentación, reconoce su origen. La tentación proviene de nuestros propios deseos pecaminosos (1:14).
Santiago no menciona aquí al diablo como el origen de la tentación. Él quiere que veamos que culpar a Dios o a las circunstancias o al diablo o a otros por nuestro pecado es esquivar el verdadero origen del mismo.