Para vencer la tentación, reconoce su desarrollo. Santiago muestra que el pecado nunca es estacionario. Se mueve constantemente en su curso hacia su último y espantoso fin: la muerte. El pecado es como una pequeña grieta en una presa. Al principio, no parece amenazante. Pero si no se repara rápidamente, puede provocar el colapso de toda la presa, causando una destrucción terrible.