Blog – Vivirse Malta

Malta la isla del sin Miedo – Desde los ojos de una persona invidente


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Hola chic@s,
El post de hoy es uno de los más especiales que hemos tenido y también el único que no ha sido escrito por nosotros sino por nuestra protagonista Marisa Bishop, la chica de la sonrisa amplia y la personalidad arrolladora que llegó a la isla como cliente y se fue de ella siendo nuestra amiga. ¡Vaya que la echamos de menos!
Ella nos dejó varias enseñanzas a su paso, como que uno es el único que decide hasta dónde ponerse límites y que no necesitamos tener un par de ojos para vivir aventuras, viajar y tener una larga lista de experiencias que contar. Porque para experimentar tenemos los sentidos, las emociones y los recuerdos que terminan siendo parte del viaje.
Pero ya dejo de hablar yo, y le doy la palabra a ella para que te cuente cómo vivió esos 3 meses de descubrimiento, inglés y nuevos amigos en una isla a la que ella llama “La isla del sin miedo”.
MALTA, LA ISLA DEL SIN MIEDO

Allá por febrero me hablaron de un viaje, en algún país anglosajón de la Unión Europea. Usaron «beca» e «inglés» y «nuevas experiencias» como métodos de persuasión.
En marzo me dejé convencer, eligiendo Malta por pura casualidad; en abril inicié los preparativos y en mayo llegué, bastón blanco en mano, tres maletas a los pies y una cuarta y extra y llena de ilusiones en el pecho. Y puedo afirmar, sin miedo a equivocarme ni a pecar de exagerada que todas se han cumplido. Y con creces.
Fue así que comencé.
A vivir sola y por primera vez en el extranjero, lejos de mi madrileña área de confort, en un país del que ni sabía que conducían por la derecha. Porque viajar solo o sola no es una actividad exclusiva de quienes ven con los ojos, es algo que cualquiera puede hacer si realmente quiere y se lo propone, una lluvia de buenas experiencias por el que merece dejarse calar hasta los huesos, porque al final te enamorarás del país hasta los tuétanos.
En Malta tuve que hacerme con la novedad de manejar los fogones de gas (soy de quienes se han dejado mimar por la vitrocerámica, qué le vamos a hacer) por eso de que había que comer y tal. Tuve que tomarle la talla a mi entorno, empezando por aprender a tener localizado el contenedor de basura, ir al jardín vecino, a los puestos ambulantes de frutas y, principalmente, al supermercado de turno con el que intercambiar dinero a cambio de litros de agua y paquetes de comida.
Tanto se acostumbraron los vecinos a verme caminar a mis anchas por esos lares que ya me saludaban al pasar (en maltés, incluso) y era entrar en algunos de sus establecimientos para que se acercaran con un « ¿lo de siempre, verdad?» en los labios. Una vez, incluso, una de las dependientas premió mi locura de llevar yo sola y a cuestas cuatro garrafas de cinco litros de agua en una sola tirada con un paquete de galletas Oreo.
¿Me costó sudor y esfuerzo?
No, la verdad es que no. Si acaso el sudor y esfuerzo de andar en plena tarde bajo el sol abrasador de Malta, sinceramente. Pero no vayáis a creer que el mérito fue mío; ni por asomo. La medalla he de colgársela a todos quienes hicieron que me fuera fácil, accesible.
Desde el maravilloso compañero de piso maltés que se adaptó a mí sin rechistar, y me ayudó en todo momento, dándome incluso clases extra y diarias de vocabulario inglés. Pasando por esa aventurera latina que, niño en brazos, se animó a decir sí a la tarea de guiar y enseñar y buscar referencias de orientación durante una semana a una chica invidente que, además de ir dando palos de ciego (literalmente) por ahí, no paraba de hablar por los codos, dejándole la cabeza hecha un bombo, a la pobre, aunque convirtiéndose al final de esa única semana de adaptación en una amiga más.
Continuando por mis increíbles compañeros de aula y curso y escuela, y mi genial profesora de inglés, quien fue mi tutora y casi una madre en los tres meses que estuvimos juntas, avanzando tema a tema, nivel a nivel.
Pero sobre todo,
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Blog – Vivirse MaltaBy Antonio y Luisa