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Mar Mestre huye del término “liderazgo femenino”. No porque rechace lo que representa, sino porque prefiere hablar de liderazgo a secas, sin etiquetas que limiten o excluyan. Para ella, liderar significa influir positivamente en las personas que te rodean. Y en su día a día al frente de la comunicación de Caixa Popular, esa influencia se construye desde la escucha activa, la implicación personal y una concepción del liderazgo que sirve a los equipos más que se impone sobre ellos.
No se reconoce en moldes predefinidos. Cree que cualidades como la empatía, la paciencia o la capacidad de tejer consensos no pertenecen a un género, sino a una forma de estar en el mundo. Una forma que, sin duda, se ve más obligada a salir a flote en mujeres que han tenido que sortear barreras históricas y sesgos arraigados. Pero que no debería encasillarse como “femenina”, sino como simplemente humana.
Caixa Popular es una entidad financiera, sí. Pero también es una cooperativa de crédito, lo que introduce matices relevantes en su cultura organizativa y en su modelo de liderazgo. Mar Mestre lo tiene claro: los resultados acompañan cuando hay una estrategia con propósito detrás. Humanizar la gestión no resta eficacia; al contrario, refuerza la sostenibilidad y el compromiso del equipo.
Para ella, cuidar a las personas es compatible con obtener buenos números. Y de hecho, esa combinación es la que garantiza que los logros sean duraderos. No cree en el liderazgo basado en el galón o el cargo, sino en la capacidad real de inspirar y generar cambios. La autoridad, dice, no te la da el título: te la dan los demás cuando confían en ti.
Mar reconoce abiertamente que, por ser mujer y por ser joven, ha tenido que prepararse más, justificar más y anticiparse más. No acusa a nadie de hacerlo de forma deliberada. “Son sesgos inconscientes”, dice. Pero están. Y actúan como filtros invisibles que obligan a muchas mujeres a demostrar el doble para obtener el mismo reconocimiento.
Las barreras, asegura, no han desaparecido. Siguen existiendo los techos de cristal, las brechas salariales (aunque en Caixa Popular no se den), la penalización de la maternidad o la carga mental que recae en ellas por una corresponsabilidad aún deficitaria. Hablar de conciliación sin hablar de corresponsabilidad es, para ella, una trampa.
Su mensaje para las mujeres jóvenes que aspiran a puestos de dirección es directo: que no sean ellas mismas su mayor obstáculo. Que no se acomoden, que no escuchen demasiado a los fantasmas interiores, que se formen y que crean en lo que pueden aportar sin necesidad de encajar en moldes prefabricados.
“No hay que inventarse un personaje para llegar”, afirma. Se trata, más bien, de avanzar siendo una misma. Y de hacerlo sabiendo que las barreras existen, pero también sabiendo que se pueden romper.
By Plaza PódcastMar Mestre huye del término “liderazgo femenino”. No porque rechace lo que representa, sino porque prefiere hablar de liderazgo a secas, sin etiquetas que limiten o excluyan. Para ella, liderar significa influir positivamente en las personas que te rodean. Y en su día a día al frente de la comunicación de Caixa Popular, esa influencia se construye desde la escucha activa, la implicación personal y una concepción del liderazgo que sirve a los equipos más que se impone sobre ellos.
No se reconoce en moldes predefinidos. Cree que cualidades como la empatía, la paciencia o la capacidad de tejer consensos no pertenecen a un género, sino a una forma de estar en el mundo. Una forma que, sin duda, se ve más obligada a salir a flote en mujeres que han tenido que sortear barreras históricas y sesgos arraigados. Pero que no debería encasillarse como “femenina”, sino como simplemente humana.
Caixa Popular es una entidad financiera, sí. Pero también es una cooperativa de crédito, lo que introduce matices relevantes en su cultura organizativa y en su modelo de liderazgo. Mar Mestre lo tiene claro: los resultados acompañan cuando hay una estrategia con propósito detrás. Humanizar la gestión no resta eficacia; al contrario, refuerza la sostenibilidad y el compromiso del equipo.
Para ella, cuidar a las personas es compatible con obtener buenos números. Y de hecho, esa combinación es la que garantiza que los logros sean duraderos. No cree en el liderazgo basado en el galón o el cargo, sino en la capacidad real de inspirar y generar cambios. La autoridad, dice, no te la da el título: te la dan los demás cuando confían en ti.
Mar reconoce abiertamente que, por ser mujer y por ser joven, ha tenido que prepararse más, justificar más y anticiparse más. No acusa a nadie de hacerlo de forma deliberada. “Son sesgos inconscientes”, dice. Pero están. Y actúan como filtros invisibles que obligan a muchas mujeres a demostrar el doble para obtener el mismo reconocimiento.
Las barreras, asegura, no han desaparecido. Siguen existiendo los techos de cristal, las brechas salariales (aunque en Caixa Popular no se den), la penalización de la maternidad o la carga mental que recae en ellas por una corresponsabilidad aún deficitaria. Hablar de conciliación sin hablar de corresponsabilidad es, para ella, una trampa.
Su mensaje para las mujeres jóvenes que aspiran a puestos de dirección es directo: que no sean ellas mismas su mayor obstáculo. Que no se acomoden, que no escuchen demasiado a los fantasmas interiores, que se formen y que crean en lo que pueden aportar sin necesidad de encajar en moldes prefabricados.
“No hay que inventarse un personaje para llegar”, afirma. Se trata, más bien, de avanzar siendo una misma. Y de hacerlo sabiendo que las barreras existen, pero también sabiendo que se pueden romper.