La vida cristiana constantemente nos pone frente a una elección: ¿viviremos para lo eterno o para lo temporal? Jesús mismo dijo:
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino haceos tesoros en el cielo…” (Mateo 6:19-20)
La tierra representa lo inmediato: el éxito, las posesiones, el placer momentáneo, el reconocimiento humano. Nada de eso es malo en sí mismo, pero se vuelve un problema cuando lo preferimos por encima de Dios.
El cielo, en cambio, representa lo eterno: la comunión con Dios, la obediencia, el amor que no caduca, la paz verdadera.