Durante muchos años, y seguramente también hoy, la sociedad vienesa ha sido arrogante, vanidosa y esnob en gran medida, particularmente en todo aquello que tiene que ver con la música. En el siglo XIX, y según cuentan las crónicas de la época, lo era todavía más. Pues bien, en ese escenario, se desarrolló la carrera de Anton Bruckner, un música de origen humilde, rural y que, además, tenía un aspecto físico desgarbado, era torpe en sus maneras, no muy agraciado y con una preparación intelectual muy limitada, se dice de él que nunca leyó un libro. Un personaje que nunca cayó bien a la clase social más esnob de Viena. Tampoco él ponía mucho de su parte, nunca supo desenvolverse en la vida real, ni sacar partido al enorme talento que poseía.

Ninguna de todas estas circunstancias adversas supusieron obstáculo alguno para que ese talento que atesoraba se pusiera de manifiesta en sus partituras. Sus sinfonías soy hoy son equiparadas a las de Beethoven por su grandeza, por sus dificultades técnicas y su belleza.