La negación es un mecanismo de defensa para hacer frente a la ansiedad. Ante una situación potencialmente amenazante negamos lo que resulta evidente para otras personas o incluso para nosotros mismos cuando somos capaces de “abrir los ojos” a la realidad y percibir con objetividad. Cuanto más ansiedad produce la situación amenazante más fuerte puede a ser la negación. He visto alcohólicos afirmar convencidos que beben “lo normal” o anoréxicas que a pesar de la extrema delgadez dicen estar gordas.
Se trata de un proceso de filtrado perceptivo donde algunos hechos pasan desapercibidos y se vuelven invisibles o su interpretación se relativiza hasta restarles importancia y resultar emocionalmente manejables para la persona. La negación es un mecanismo de defensa muy primario y ya desde muy pequeños lo utilizamos, cuando algo nos resultaba desagradable, nos tapábamos los ojos con las manos, como si el hecho de no verlo hiciera desaparecer lo que nos angustia.
Podemos negar síntomas claros de un cáncer hasta que ya es “demasiado tarde”, evidencias de que un hijo tiene una conducta delictiva hasta que la policía lo trae a casa, problemas serios en el trabajo hasta que nos presentan el despido o que nuestra relación de pareja está naufragando hasta que un día nos dicen que se terminó.