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La tauromaquia, como práctica organizada, tiene raíces que se remontan a la antigüedad, aunque su forma actual se desarrolló en la Península Ibérica. En culturas mediterráneas como la minoica, hace unos 4,000 años, ya existían rituales con toros, como los saltos taurinos representados en frescos de Creta, donde el animal era venerado pero no sacrificado. En la antigua Roma, los combates entre hombres y bestias en circos incluían toros, aunque eran más un espectáculo de dominio que una tradición estructurada.
En la Edad Media, en la península ibérica, los toros empezaron a formar parte de celebraciones aristocráticas. Nobles a caballo lidiaban con toros en festejos ligados a bodas, coronaciones o victorias militares, usando lanzas para demostrar valentía. Estas prácticas, conocidas como “suerte de varas”, se celebraban en espacios abiertos, sin plazas fijas. Durante los siglos XV y XVI, la tauromaquia comenzó a popularizarse, especialmente en Castilla y Andalucía, donde los toros se asociaron con festividades religiosas y patronales. La figura del toro, símbolo de fuerza y resistencia, se integró en la identidad cultural de muchas comunidades.
El siglo XVIII marcó la profesionalización de la tauromaquia. Con la construcción de plazas permanentes, como la de Ronda (1785) o la de Sevilla, el espectáculo se estandarizó. Surgieron las primeras dinastías de toreros, como los Romero, y la lidia a pie reemplazó a la de a caballo, reservada antes a la nobleza. Francisco Romero, considerado uno de los padres de la tauromaquia moderna, introdujo elementos como el capote y la muleta, que permitían mayor control y estética en la faena. La corona española, bajo los Borbones, reguló las corridas, aunque Felipe V las desaprobaba por considerarlas bárbaras. A pesar de ello, la popularidad creció, y las plazas se convirtieron en espacios de encuentro social.
La tauromaquia se expandió a América Latina, especialmente a México, Perú y Colombia, donde adoptó matices locales. En México, por ejemplo, las corridas se mezclaron con tradiciones indígenas y se celebraban en plazas como la de Acho en Lima o la Plaza México. Sin embargo, también surgieron las primeras críticas, influenciadas por la Ilustración y las ideas sobre el trato a los animales, aunque estas voces eran minoritarias.
El siglo XX fue la edad de oro y el comienzo del declive. Figuras como Manolete o El Cordobés elevaron la tauromaquia a un fenómeno global, con corridas retransmitidas por radio y televisión. En España, bajo el franquismo, se promovió como símbolo de identidad nacional, aunque también se reguló para garantizar la seguridad de los toreros. En Portugal, se desarrolló una variante sin muerte del toro, conocida como corrida portuguesa. Sin embargo, a partir de los años 70, el movimiento antitaurino ganó fuerza, impulsado por el activismo animalista y el cambio en la sensibilidad social. Las corridas comenzaron a perder público en Europa, especialmente entre los jóvenes, aunque en América Latina mantuvieron cierta popularidad.
En el siglo XXI, la tauromaquia enfrenta retos significativos. En España, la asistencia a corridas ha caído drásticamente, con solo un 8% de la población asistiendo regularmente según encuestas recientes. Algunos países y regiones han impuesto restricciones o prohibiciones, como Cataluña (2010, aunque revertida) o varias ciudades de México y Colombia. Los defensores argumentan que es un arte y una tradición cultural, protegida en España como patrimonio inmaterial desde 2013, además de generar empleos y turismo. Sin embargo, los críticos la consideran crueldad animal, incompatible con valores contemporáneos. A pesar de la polarización, la tauromaquia persiste, adaptándose con eventos alternativos como recortes o encierros, mientras su futuro sigue siendo objeto de intenso debate.
Estoy de acuerdo de que se debe respetar en cada persona sus gustos y actividades de entretenimiento, sin embargo, no soy partidario del maltrato, ni de las acciones que ponen en riesgo la vida a menos que no sea para defensa, esto incluye al maltrato animal, por esa razón, la tauromaquia es una forma de maltrato.
Entonces para muchos sería calificado como antitaurino...
El movimiento antitaurino, aunque invisible en varias partes del mundo, su visibilidad ha crecido en las últimas décadas. Surgió como una reacción a la tauromaquia, una práctica con orígenes en la antigüedad, vinculada a rituales y espectáculos en culturas mediterráneas, pero que se consolidó en España durante la Edad Media. Los toros, inicialmente parte de celebraciones nobiliarias, se popularizaron en el siglo XVIII con la construcción de plazas y la profesionalización de los toreros. Sin embargo, ya en esos tiempos, hubo voces disidentes que cuestionaban la crueldad hacia los animales.
En el siglo XIX, con el auge de las ideas ilustradas y el creciente interés por los derechos de los animales, comenzaron a formarse los primeros grupos organizados contra las corridas. En España, figuras como el escritor José María Blanco White criticaron la tauromaquia por su brutalidad, mientras en Inglaterra, la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (RSPCA), fundada en 1824, incluía en sus debates la condena a espectáculos con animales. Estas ideas se extendieron lentamente, pero chocaban con la arraigada tradición taurina, vista como símbolo cultural en países como España, México o Portugal.
El siglo XX marcó un punto de inflexión. En la década de 1970, con el ascenso del movimiento ecologista y la fundación de organizaciones como Greenpeace o el Frente de Liberación Animal, el antitaurinismo ganó fuerza. En España, la Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal (ADDA), creada en 1976, fue pionera en denunciar el sufrimiento de los toros. Las protestas se intensificaron en los años 80 y 90, con manifestaciones frente a plazas de toros y campañas que exponían el maltrato durante las corridas. La difusión de imágenes y vídeos, mostrando el agotamiento y las heridas de los toros, sensibilizó a un público más amplio.
A principios del siglo XXI, el movimiento se globalizó gracias a internet y las redes sociales. Organizaciones como PETA, AnimaNaturalis y el Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (PACMA) en España amplificaron el mensaje, organizando protestas masivas y promoviendo iniciativas legales. Un hito fue la prohibición de las corridas en Cataluña en 2010, tras una Iniciativa Legislativa Popular que recogió 180.000 firmas, aunque esta medida fue revocada en 2016 por el Tribunal Constitucional, argumentando que la tauromaquia es patrimonio cultural. Otros países, como México y Colombia, también han visto avances, con ciudades declaradas antitaurinas y restricciones legales en algunos estados.
El movimiento ha enfrentado resistencias. Los defensores de la tauromaquia argumentan que es arte, tradición y motor económico, mientras los antitaurinos la consideran una forma de tortura incompatible con la ética moderna. Las protestas han evolucionado, desde actos simbólicos, como encadenarse en plazas, hasta estrategias políticas, como presentar candidatos en elecciones. Además, el antitaurinismo se ha ligado a otras luchas, como el veganismo y el feminismo, que critican la tauromaquia por su vínculo con narrativas de dominación.
Hoy, el movimiento sigue creciendo, impulsado por una generación joven que rechaza prácticas basadas en el sufrimiento animal. Aunque la tauromaquia persiste, la asistencia a corridas ha disminuido en muchos países, y encuestas muestran un aumento en el apoyo al antitaurinismo, especialmente en España, donde más del 60% de la población desaprueba las corridas. La lucha combina activismo de base, presión legislativa y campañas virales, buscando un cambio cultural que ponga fin a lo que consideran una reliquia cruel del pasado.
Ingresé algunos prompts en la inteligencia artificial que uso y después de varias pruebas, este fue el resultado final que me gustó:
No más
En la plaza el sol quema, la multitud grita,
No más sangre en la arena, no más dolor,
El capote ondea, la espada va a entrar,
No más sangre en la arena, no más dolor,
Cae el toro, la plaza aplaude sin fin,
No más sangre en la arena, no más dolor,
Por los campos libres, que corra sin temor,
A quienes escucharon la canción y también a quienes no lo hicieron, que tengan un maravilloso día, lleno de paz y bendiciones.
Un abrazo virtual.
—Ezequiel ©
By AriezehLa tauromaquia, como práctica organizada, tiene raíces que se remontan a la antigüedad, aunque su forma actual se desarrolló en la Península Ibérica. En culturas mediterráneas como la minoica, hace unos 4,000 años, ya existían rituales con toros, como los saltos taurinos representados en frescos de Creta, donde el animal era venerado pero no sacrificado. En la antigua Roma, los combates entre hombres y bestias en circos incluían toros, aunque eran más un espectáculo de dominio que una tradición estructurada.
En la Edad Media, en la península ibérica, los toros empezaron a formar parte de celebraciones aristocráticas. Nobles a caballo lidiaban con toros en festejos ligados a bodas, coronaciones o victorias militares, usando lanzas para demostrar valentía. Estas prácticas, conocidas como “suerte de varas”, se celebraban en espacios abiertos, sin plazas fijas. Durante los siglos XV y XVI, la tauromaquia comenzó a popularizarse, especialmente en Castilla y Andalucía, donde los toros se asociaron con festividades religiosas y patronales. La figura del toro, símbolo de fuerza y resistencia, se integró en la identidad cultural de muchas comunidades.
El siglo XVIII marcó la profesionalización de la tauromaquia. Con la construcción de plazas permanentes, como la de Ronda (1785) o la de Sevilla, el espectáculo se estandarizó. Surgieron las primeras dinastías de toreros, como los Romero, y la lidia a pie reemplazó a la de a caballo, reservada antes a la nobleza. Francisco Romero, considerado uno de los padres de la tauromaquia moderna, introdujo elementos como el capote y la muleta, que permitían mayor control y estética en la faena. La corona española, bajo los Borbones, reguló las corridas, aunque Felipe V las desaprobaba por considerarlas bárbaras. A pesar de ello, la popularidad creció, y las plazas se convirtieron en espacios de encuentro social.
La tauromaquia se expandió a América Latina, especialmente a México, Perú y Colombia, donde adoptó matices locales. En México, por ejemplo, las corridas se mezclaron con tradiciones indígenas y se celebraban en plazas como la de Acho en Lima o la Plaza México. Sin embargo, también surgieron las primeras críticas, influenciadas por la Ilustración y las ideas sobre el trato a los animales, aunque estas voces eran minoritarias.
El siglo XX fue la edad de oro y el comienzo del declive. Figuras como Manolete o El Cordobés elevaron la tauromaquia a un fenómeno global, con corridas retransmitidas por radio y televisión. En España, bajo el franquismo, se promovió como símbolo de identidad nacional, aunque también se reguló para garantizar la seguridad de los toreros. En Portugal, se desarrolló una variante sin muerte del toro, conocida como corrida portuguesa. Sin embargo, a partir de los años 70, el movimiento antitaurino ganó fuerza, impulsado por el activismo animalista y el cambio en la sensibilidad social. Las corridas comenzaron a perder público en Europa, especialmente entre los jóvenes, aunque en América Latina mantuvieron cierta popularidad.
En el siglo XXI, la tauromaquia enfrenta retos significativos. En España, la asistencia a corridas ha caído drásticamente, con solo un 8% de la población asistiendo regularmente según encuestas recientes. Algunos países y regiones han impuesto restricciones o prohibiciones, como Cataluña (2010, aunque revertida) o varias ciudades de México y Colombia. Los defensores argumentan que es un arte y una tradición cultural, protegida en España como patrimonio inmaterial desde 2013, además de generar empleos y turismo. Sin embargo, los críticos la consideran crueldad animal, incompatible con valores contemporáneos. A pesar de la polarización, la tauromaquia persiste, adaptándose con eventos alternativos como recortes o encierros, mientras su futuro sigue siendo objeto de intenso debate.
Estoy de acuerdo de que se debe respetar en cada persona sus gustos y actividades de entretenimiento, sin embargo, no soy partidario del maltrato, ni de las acciones que ponen en riesgo la vida a menos que no sea para defensa, esto incluye al maltrato animal, por esa razón, la tauromaquia es una forma de maltrato.
Entonces para muchos sería calificado como antitaurino...
El movimiento antitaurino, aunque invisible en varias partes del mundo, su visibilidad ha crecido en las últimas décadas. Surgió como una reacción a la tauromaquia, una práctica con orígenes en la antigüedad, vinculada a rituales y espectáculos en culturas mediterráneas, pero que se consolidó en España durante la Edad Media. Los toros, inicialmente parte de celebraciones nobiliarias, se popularizaron en el siglo XVIII con la construcción de plazas y la profesionalización de los toreros. Sin embargo, ya en esos tiempos, hubo voces disidentes que cuestionaban la crueldad hacia los animales.
En el siglo XIX, con el auge de las ideas ilustradas y el creciente interés por los derechos de los animales, comenzaron a formarse los primeros grupos organizados contra las corridas. En España, figuras como el escritor José María Blanco White criticaron la tauromaquia por su brutalidad, mientras en Inglaterra, la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (RSPCA), fundada en 1824, incluía en sus debates la condena a espectáculos con animales. Estas ideas se extendieron lentamente, pero chocaban con la arraigada tradición taurina, vista como símbolo cultural en países como España, México o Portugal.
El siglo XX marcó un punto de inflexión. En la década de 1970, con el ascenso del movimiento ecologista y la fundación de organizaciones como Greenpeace o el Frente de Liberación Animal, el antitaurinismo ganó fuerza. En España, la Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal (ADDA), creada en 1976, fue pionera en denunciar el sufrimiento de los toros. Las protestas se intensificaron en los años 80 y 90, con manifestaciones frente a plazas de toros y campañas que exponían el maltrato durante las corridas. La difusión de imágenes y vídeos, mostrando el agotamiento y las heridas de los toros, sensibilizó a un público más amplio.
A principios del siglo XXI, el movimiento se globalizó gracias a internet y las redes sociales. Organizaciones como PETA, AnimaNaturalis y el Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (PACMA) en España amplificaron el mensaje, organizando protestas masivas y promoviendo iniciativas legales. Un hito fue la prohibición de las corridas en Cataluña en 2010, tras una Iniciativa Legislativa Popular que recogió 180.000 firmas, aunque esta medida fue revocada en 2016 por el Tribunal Constitucional, argumentando que la tauromaquia es patrimonio cultural. Otros países, como México y Colombia, también han visto avances, con ciudades declaradas antitaurinas y restricciones legales en algunos estados.
El movimiento ha enfrentado resistencias. Los defensores de la tauromaquia argumentan que es arte, tradición y motor económico, mientras los antitaurinos la consideran una forma de tortura incompatible con la ética moderna. Las protestas han evolucionado, desde actos simbólicos, como encadenarse en plazas, hasta estrategias políticas, como presentar candidatos en elecciones. Además, el antitaurinismo se ha ligado a otras luchas, como el veganismo y el feminismo, que critican la tauromaquia por su vínculo con narrativas de dominación.
Hoy, el movimiento sigue creciendo, impulsado por una generación joven que rechaza prácticas basadas en el sufrimiento animal. Aunque la tauromaquia persiste, la asistencia a corridas ha disminuido en muchos países, y encuestas muestran un aumento en el apoyo al antitaurinismo, especialmente en España, donde más del 60% de la población desaprueba las corridas. La lucha combina activismo de base, presión legislativa y campañas virales, buscando un cambio cultural que ponga fin a lo que consideran una reliquia cruel del pasado.
Ingresé algunos prompts en la inteligencia artificial que uso y después de varias pruebas, este fue el resultado final que me gustó:
No más
En la plaza el sol quema, la multitud grita,
No más sangre en la arena, no más dolor,
El capote ondea, la espada va a entrar,
No más sangre en la arena, no más dolor,
Cae el toro, la plaza aplaude sin fin,
No más sangre en la arena, no más dolor,
Por los campos libres, que corra sin temor,
A quienes escucharon la canción y también a quienes no lo hicieron, que tengan un maravilloso día, lleno de paz y bendiciones.
Un abrazo virtual.
—Ezequiel ©