Hoy hablamos de ORGULLO LGTBI+, de derechos y de lucha, pero sobre todo de que no basta con ondear una bandera: hace falta cambiar las estructuras que nos oprimen.   Porque las leyes son el espacio para transformar el mundo, pero las empresas han convertido nuestros derechos en marketing barato. El pinkwashing se agota y ahora, algunas de ellas, dan la espalda incluso a eso. ¿Por qué? Porque ha cambiado el sentido común: ahora el miedo se canaliza contra nosotros.  La extrema derecha sabe que atacar al colectivo trans, por ejemplo, le sirve de chivo expiatorio para esconder la precariedad, el desmantelamiento de lo público y el miedo a perder el control. Nos acusan de “degenerar” la sociedad y nos señalan como la causa de todos los males.  Y mientras tanto, en los procesos de selección de personal, sigue habiendo jefes con sesgos que nos miran por encima del hombro y nos empujan a oficios precarios y estereotipados. La segregación laboral se convierte en el ascensor social: te señalan y te empujan al margen.  El sindicalismo y la organización colectiva son la base para romper el armario y construir un espacio común donde todas las vidas valgan lo mismo. Lo que divide a la clase trabajadora no son nuestras luchas feministas, antirracistas o LGTBI+, sino el racismo, la misoginia y la heteronorma que nos atraviesan a todos. La identidad es un medio, no un fin. No queremos solo derechos para parecer heterosexuales, sino un mundo donde el deseo no sea una frontera. Porque el verdadero colectivo peligroso son los millonarios que nos imponen sus reglas.  Orgullo es luchar por vivienda digna, empleo estable y sindicatos fuertes. Orgullo es cuestionar el modelo económico y no quedarnos en la selfie de la diversidad.  La lucha LGTBI+ no se resume en banderas en los estadios ni en hashtags de postureo. Va de que podamos existir fuera de la norma. Va de romper la brecha de Matrix. Va de conquistar derechos para todas las personas, no solo para las que encajan.  Sigamos debatiendo. Sigamos tensionando. Sigamos avanzando. Con Ayme Román, Adrià Junyent y Alberto Jurado.