Pasajes del Terror

Pasajes del terror 1x02: Albert H. Fish, el ogro de Nueva York


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En este estremecedor episodio de Pasajes del Terror, Juan Antonio Cebrián nos adentra en uno de los casos más perturbadores de la criminología del siglo XX: la historia de Albert H. Fish, un anciano aparentemente inofensivo que escondía tras su aspecto apacible a uno de los asesinos en serie más sádicos y despiadados que hayan acechado las calles de Nueva York. A través de una narración envolvente y documentada, descubrimos cómo este hombre, padre y abuelo ejemplar a ojos de sus vecinos, se transformaba en un depredador de niños movido por impulsos sexuales, sadomasoquismo y un profundo trastorno mental.

Fish comenzó su macabra trayectoria a los 40 años, en la década de 1910, operando durante casi dos décadas sin levantar sospechas. Su modus operandi era frío y metódico: ganarse la confianza de las familias para luego desaparecer con los pequeños, a quienes asesinaba y, en muchos casos, devoraba. El caso más infame fue el de la pequeña Grace Budd, cuya desaparición en 1928 acabó revelando el verdadero rostro de Fish años después, cuando una carta anónima con detalles caníbales llegó al domicilio de sus padres, reavivando una investigación que daría un giro crucial.

Gracias al detective neoyorquino William F. King —transformado aquí en el arquetipo del sabueso de novela negra— y a una minuciosa investigación policial, se logró localizar a Fish en una pensión de la calle 52. Lo que allí encontraron fue escalofriante: recortes sobre asesinatos de niños, una obsesión malsana por otros criminales caníbales como Fritz Haarmann y una Biblia desgastada que acompañaba sus aberraciones. Tras su detención, Fish confesó sin remordimientos, como si relatara hazañas personales, narrando con mórbido detalle sus crímenes. Las cifras exactas de sus víctimas se desconocen hasta hoy, oscilando entre 15 y 400.

El juicio, celebrado en 1935, sacudió a la opinión pública. Pese a que los expertos confirmaron su locura y diagnosticaron un severo sadomasoquismo —llegando a descubrirse 29 agujas oxidadas clavadas en sus genitales—, el jurado sentenció que debía morir en la silla eléctrica. Fish la recibió con entusiasmo, asegurando que sería el mayor placer de su vida. Y así fue: tras una primera descarga fallida, posiblemente obstaculizada por las agujas, una segunda descarga más potente puso fin a su existencia. El ogro de Nueva York había muerto, pero su historia sigue provocando escalofríos, recordándonos que el mal puede esconderse bajo las formas más insospechadas.

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Pasajes del TerrorBy OndaCero