La mala salud de Paulina llega a un máximo deterioro. Decide ir a Roma y seguir hasta Mugnano, para pedir la intercesión de santa Filomena. Curada portentosamente, el Papa, que la había visto a las puertas de la muerte a la ida, la contempla sana, atónito, a su regreso. Un favor milagroso antes de las cruces que se avecinan.