Dios te quiere y tu no lo sabes

Pedro y Judas: confianza y desesperación

10.18.2022 - By PODCAST MDC Dios te quierePlay

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Pedro era un hombre con un corazón enamorado de Jesús. Y decía lo primero que salía de ese corazón: «No me lavarás los pies jamás». Al instante, después de que Jesús le dice que en tal caso no tendrá parte con Él: «Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza» (Jn 13, 8ss).

Un poco más adelante, en la misma Cena: «Yo daré mi vida por ti» (Jn 13, 37). A las pocas horas, Pedro niega tres veces a Jesús. Dice que no tiene nada que ver con Él. Canta el gallo. En ese momento, «el Señor se volvió y miró a Pedro. Y recordó Pedro las palabras que el Señor le había dicho: “Antes que cante el gallo hoy, me habrás negado tres veces”. Y salió afuera y lloró amargamente» (Lc 22, 61-62).

Pedro es débil, quizá porque confía demasiado en sus propias fuerzas, pero ama de verdad a Cristo, y llora por haber traicionado a su Maestro y Amigo. Confía en el amor de Jesús, y regresa, y es acogido de nuevo, y Jesús sigue confiando en Él para que sea la roca sobre la que va a edificar su Iglesia. Una roca fuerte por la gracia del Espíritu Santo y por la humildad que Pedro ha sabido aprender de sus caídas.

Con la confianza de Pedro contrasta la desconfianza de Judas. Vende a su Maestro, a pesar de los detalles de amistad que Jesús tiene con él una y otra vez. Se arrepiente, devuelve el dinero, lo arroja al templo, se desespera y se ahorca. ¿Por qué no confía, como Pedro, en el perdón de Jesús? ¿Por qué no va a María para que interceda por él? Hoy tendríamos otro Apóstol santo.

Cuando pienso en estos dos modos de reaccionar ante el pecado, me viene a la cabeza el problema de los desánimos en la lucha por vivir como hijos de Dios. Hay personas que luchan y caen, tal vez porque se han apoyado demasiado en sus fuerzas, y lloran y se arrepienten, vuelven al Señor y reciben su perdón con alegría. Estas personas se enamoran cada vez más de Jesús, y confían cada vez más en Él.

Pero hay otras que se desaniman ante sus fallos y pecados, pierden la esperanza y tiran la toalla… Será que no confían en la ayuda de Dios, en su perdón, en su gracia. O será que no luchaban por amor a Dios, sino por verse perfectas a sí mismas. No lo sé. En todo caso, es una pena ver cómo abandonan al Señor y se ahorcan con mil ambiciones y placeres que no les dan la felicidad.

Querido amigo mío, san Pedro: te pido, por favor, que nos consigas del Señor un corazón grande, enamorado, lleno de confianza en Dios. Que cuando veas que caemos –y caemos muchas veces al día–, nos recuerdes la lección que tú aprendiste del Maestro: el arrepentimiento y el regreso confiado a su lado. Ayúdanos a luchar por amor a Él y no por amor propio. Ayúdanos, Pedro, a ser humildes, y a compensar con nuestro amor nuestras traiciones, diciéndole muchas veces a Jesús, como tú le dijiste: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17).

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