Manejó durante 33 años un comedero en la plaza de mercado de Piedecuesta, Santander. El primer día de trabajo vendió morcillas que había hecho casa. Se vendieron como "pan caliente". De este moido comenzó la carrera de Esperanza Rivera Carvajal en el negocio de la cocina tradicional santandereana. Cuando anunció e hizo efectivo el retiro, sus hijos la convencieron de abrir un restaurante al que no tuvieron que hacerle mucha promoción. Apenas abrió el local, los comensales se volcaron buscando pata, pichón, chorizos y otros platos que constituyen parte de la identidad cultural de Santander.