El montañismo o “hacer montaña” es una actividad extraña. Usted está aquí y la cima está ahí, bastante lejos en tanto que bastante alta respecto al área en la que usted desarrolla su vida cotidiana. No tiene utilidad subir porque arriba no hay nada. De hecho usted se encuentra abajo porque gente más antigua que usted prefirió construir, sembrar y pastar donde efectivamente el terreno era algo más plano y algo más verde, cada cual según sus circunstancias. Y sin embargo se sube. A veces, como parte de una competición, supersticiosa o esponsorizada, con uno mismo o con otro grupo rival. A veces, como procesamiento de una verdad sobre lo que somos juntes, en tanto comunidad y ecosistema.
En todo caso, se sube con unas implicaciones interindividuales pero también políticas. La propuesta de hoy es, de hecho, hablar con Pablo Batalla Cueto sobre “La bandera en la cumbre. Una historia política del montañismo”, donde, como el propio nombre del libro y al ubicación de este texto indican, se politiza -ese gesto que enfurece a cualquier director de vuelta ciclista- el montañismo.
La tesis de Batalla no es que la gente haya subido o suba montañas por política. Cosas más “inútiles” se hacen con ese objetivo, pero mucho hay que forzar la mirada para ver el alpinismo como una actividad principalmente política. La tesis es, más bien, que hacer montaña se sincroniza con procesos y acciones explícitamente políticas, las traduce también en valores y arquetipos de mejor circulación, a veces como héroes y heroínas y otras veces como metáforas. Y, por supuesto, mientras se hace montaña se produce un impacto sobre las personas y las cosas que es politizante. Ahora bien, como ya ocurría en un ensayo anterior, La ira azul: El sueño milenario de la Revolución (Trea, 2023), los procesos y las acciones políticas no tienen ni un solo color ni una sola motivación, sino distintas capas entre las que se desliza el sentido de lo que ocurre y de lo que se hace, que, como todo lo que ocurre y lo que se hace, cambia por la propia acción del ocurrir y del hacer. Por eso, es posible encontrar un montañismo liberal y neoliberal, nacionalista, conservador y fascista, feminista y LGTBIQ+, islamista, cristiano, judío, comunista, anarquista, ecologista, animalista, anticapi o socialdemócrata. Una visión de la montaña y de “hacerla” que es una visión del mundo en función de valores estrella de cada posición: la montaña como espacio de fraternidad, igualdad y equilibrio, pero también de violencia, individualismo y jerarquía.
Nuestra intuición es que la montaña, como forma territorio, sirve como escenario de nuestra genealogía política pero también de nuestros dilemas contemporáneos. Entre las visiones que quieren poner al territorio al servicio del bien común en abstracto y las que identifican el riesgo de mercantilización y profanación de su sagrado que eso implica. Entre la masificación y la jerarquía. La vida y la identidad. Por ahí cabe seguir el ascenso.