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Cuando uno ha aprendido todo lo que ha podido aprender, leído todos los libros que ha podido leer, y se ha comprometido intelectualmente con su fe de la manera más profunda que se ha podido comprometer, uno esperaría que, de alguna manera, debería haber una contrapartida emocional que acompañara a lo que uno dice creer en su mente o en su intelecto. Pero, la verdad es que ese sentimiento a menudo no está allí, o se encuentra temporalmente oculto. En una cultura que opera tan conectada con las emociones, ¿cómo podemos tomar nuestros conocimientos y nuestras emociones y las colocamos dentro de un marco establecido por la moralidad y la información?
Cuando uno ha aprendido todo lo que ha podido aprender, leído todos los libros que ha podido leer, y se ha comprometido intelectualmente con su fe de la manera más profunda que se ha podido comprometer, uno esperaría que, de alguna manera, debería haber una contrapartida emocional que acompañara a lo que uno dice creer en su mente o en su intelecto. Pero, la verdad es que ese sentimiento a menudo no está allí, o se encuentra temporalmente oculto. En una cultura que opera tan conectada con las emociones, ¿cómo podemos tomar nuestros conocimientos y nuestras emociones y las colocamos dentro de un marco establecido por la moralidad y la información?