La entidad viviente, como parte integral del Supremo, es originalmente espiritual, pura y está libre de toda contaminación material. En consecuencia, por naturaleza, no está sujeta a los pecados del mundo material. Pero cuando se halla en contacto con la naturaleza material, actúa sin vacilación de muchas maneras pecaminosas, y a veces lo hace incluso en contra de su voluntad.