Tras verse acorralado por las críticas irrefutables de George Orwell, un estalinista trató de justificarse diciendo que ni modo, los campos de concentración, las hambrunas, los fusilados y los exiliados eran parte del un sacrificio necesario para finalmente establecer la utopía. Había que romper algunos huevos para poder hacer un omelet. Orwell asintió ligeramente y simplemente dijo: “Bien, ¿y dónde está tu omelet?”