En los últimos años, la salud mental ha ganado protagonismo en el debate social. Y esto, en principio, es una buena noticia. Sin embargo, existe un problema en la forma en que se ha abordado: hemos convertido el sufrimiento en algo exclusivamente individual. Desde muchos espacios se insiste en que todos deberíamos ir al psicólogo, trabajar en nosotros mismos, autorregular nuestras emociones y aspirar constantemente a una realización personal. Pero esta mirada, por muy bienintencionada que sea, muchas veces olvida el contexto. Vivimos en una sociedad marcada por jornadas laborales interminables, un teletrabajo que no se desconecta al cerrar el portátil, relaciones atravesadas por la lógica del rendimiento y un malestar estructural que no desaparece con más introspección. Estamos hiperreflexionando sobre nuestros procesos, acumulando reglas sobre cómo vivir, cómo relacionarnos, cómo sanar. Y en el camino, se ha diluido lo colectivo. Nos cuesta identificar que lo que sentimos no es sólo un fallo personal, sino un síntoma compartido. Hay miles de personas acudiendo a terapia con el mismo cansancio. No porque estén rotas, sino porque están viviendo en un sistema que rompe. Y ese malestar, cuando se nombra en común, puede transformarse en potencia. En organización. En respuesta política. No todo se arregla con terapia. A veces, lo que toca, es cambiar las condiciones de vida. Charlamos sobre salud mental y contextos sociales con Cristina Rodríguez, psicóloga, investigadora predoctoral y presidenta de La Federación de Jóvenes Investigadores Precarios y Denisa Praje, psicóloga sanitaria especializada en problemas de alimentación con un enfoque contextual y divulgadora.