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1. Definir el propósito redentor de la separación
No es un adiós definitivo, sino un espacio con propósito. La separación terapéutica debe servir para recalibrar, no para castigar. Su meta es discernir si hay esperanza real de reconciliación o si el vínculo debe transformarse sin traicionar la dignidad del otro.
“Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).
El discernimiento debe guiar cada paso.
2. Establecer acuerdos claros y límites protectores
Ambos deben acordar los términos: duración, comunicación, interacción con los hijos (si los hay), y expectativas emocionales. Esto genera seguridad estructural, disminuye el caos y protege la vulnerabilidad emocional.
Los límites no separan el amor, lo protegen.
3. Acompañamiento terapéutico y pastoral
No caminen solos. Un terapeuta familiar y, si es posible, un guía espiritual maduro deben acompañar el proceso. Esto permite integrar la dimensión psicológica, espiritual y relacional.
“En la multitud de consejeros hay sabiduría” (Proverbios 11:14).
4. Procesar el duelo con verdad y esperanza
Hay que llorar lo perdido, confesar lo roto, y entregar a Dios lo que no se puede controlar. Sin duelo, no hay cierre. Sin esperanza, no hay futuro. Ambos deben tener espacios seguros para llorar, reflexionar y sanar.
5. Mantener la dignidad del otro
Hablar con respeto, evitar narrativas destructivas o victimistas. Nadie gana en una guerra relacional. El lenguaje debe ser restaurativo, no vengativo.
“La honra del hombre es pasar por alto la ofensa” (Proverbios 19:11).
6. Evaluar el fruto con el paso del tiempo
La separación debe tener puntos de revisión, donde se evalúa si ha habido crecimiento personal, transformación espiritual y si existe un nuevo terreno para la reconciliación o, por el contrario, para un cierre saludable.
7. Finalizar con un cierre consciente
Ya sea para retomar la relación o para cerrar con paz, se necesita un acto simbólico de finalización: una conversación final, una carta, una oración conjunta. Lo importante es cerrar con respeto, no con rencor.
By Danilo Carrillo Líder 4x41. Definir el propósito redentor de la separación
No es un adiós definitivo, sino un espacio con propósito. La separación terapéutica debe servir para recalibrar, no para castigar. Su meta es discernir si hay esperanza real de reconciliación o si el vínculo debe transformarse sin traicionar la dignidad del otro.
“Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).
El discernimiento debe guiar cada paso.
2. Establecer acuerdos claros y límites protectores
Ambos deben acordar los términos: duración, comunicación, interacción con los hijos (si los hay), y expectativas emocionales. Esto genera seguridad estructural, disminuye el caos y protege la vulnerabilidad emocional.
Los límites no separan el amor, lo protegen.
3. Acompañamiento terapéutico y pastoral
No caminen solos. Un terapeuta familiar y, si es posible, un guía espiritual maduro deben acompañar el proceso. Esto permite integrar la dimensión psicológica, espiritual y relacional.
“En la multitud de consejeros hay sabiduría” (Proverbios 11:14).
4. Procesar el duelo con verdad y esperanza
Hay que llorar lo perdido, confesar lo roto, y entregar a Dios lo que no se puede controlar. Sin duelo, no hay cierre. Sin esperanza, no hay futuro. Ambos deben tener espacios seguros para llorar, reflexionar y sanar.
5. Mantener la dignidad del otro
Hablar con respeto, evitar narrativas destructivas o victimistas. Nadie gana en una guerra relacional. El lenguaje debe ser restaurativo, no vengativo.
“La honra del hombre es pasar por alto la ofensa” (Proverbios 19:11).
6. Evaluar el fruto con el paso del tiempo
La separación debe tener puntos de revisión, donde se evalúa si ha habido crecimiento personal, transformación espiritual y si existe un nuevo terreno para la reconciliación o, por el contrario, para un cierre saludable.
7. Finalizar con un cierre consciente
Ya sea para retomar la relación o para cerrar con paz, se necesita un acto simbólico de finalización: una conversación final, una carta, una oración conjunta. Lo importante es cerrar con respeto, no con rencor.