➡️📖Apocalipsis 10:1-11 RVA2015:
Vi a otro ángel poderoso que descendía del cielo envuelto en una nube, y el arco iris estaba sobre su cabeza. Su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego, y tenía en su mano un librito abierto. Puso su pie derecho sobre el mar y su pie izquierdo sobre la tierra, y gritó a gran voz, como cuando ruge el león. Cuando gritó, los siete truenos emitieron sus voces. Cuando los siete truenos hablaron, yo estaba por escribir, pero oí una voz del cielo que decía: “Sella las cosas que los siete truenos hablaron; no las escribas”. Y el ángel que vi de pie sobre el mar y sobre la tierra levantó su mano derecha al cielo y juró por el que vive para siempre jamás, quien creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él: “Ya no hay más tiempo, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él esté por tocar la trompeta, también será consumado el misterio de Dios, como él lo anunció a sus siervos los profetas”. Y la voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, diciendo: “Ve, toma el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra”. Fui al ángel diciéndole que me diera el librito, y me dijo: “Toma y trágalo; y hará amargar tu estómago, pero en tu boca será dulce como la miel”. Y tomé el librito de la mano del ángel y lo tragué. Y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo comí, mi estómago se hizo amargo. Y me dijeron: “Te es necesario profetizar otra vez a muchos pueblos y naciones y lenguas y reyes”.
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Recuerdo que cuando era un adolescente en la iglesia nos visitaban seguido evangelistas o pastores misioneros. Algunos de ellos llevaban pocos años en la obra misionera y otros llevaban varias décadas plantando iglesias y formando pastores. Lo que me llamaba la atención era la pasión tan grande cuando hablaban sobre la necesidad de hablarle a las almas que no conocían del Señor y el dolor que sentían por aquel que estaba perdido en tinieblas y no conocían todavía la luz de Jesús.
Quizá esa intensidad de ese llamado urgente fue lo que sembró en mí el deseo de convertirme en un anunciante de las buenas nuevas de salvación.
En este capítulo podemos notar que Juan escucha la voz de un ángel supremo, posiblemente es el Señor, mostrándose en una visión angelical para declarar que había llegado el tiempo de que el reino de Dios se estableciera y que las multitudes conocieran el misterio de Dios. Posiblemente, está hablando del misterio de que los gentiles serían salvos, y también el misterio de que Dios se manifestó en forma de carne en Jesucristo para que todo el mundo entiendan y conozcan al Dios invisible en la imagen visible de Jesús.
Después de esto se le dio la orden a Juan de consumir un pequeño libro, el cual le iba a producir un sabor agradable como el dulce en la boca pero después sentiría un sabor amargo en el estómago. Es una sensación incómoda y hasta extraña que algo que es dulce produzca a la misma vez esa incomodidad amarga. La razón de esto es porque simboliza la necesidad de profetizar o sea de anunciar a todas las multitudes, sin importar su estatus económico, social o cultural, que Jesucristo es el único camino para la salvación, la única manera de que el ser humano restaure su relación con su Creador y que si no aceptan este mensaje de salvación, entonces vendrá una condenación eterna para las almas que rechacen la verdad de Dios por medio del sacrificio de Jesucristo.
Es una situación agridulce tan solo pensar en que alguien que amamos o que conocemos se vaya a perder por la eternidad pero es una tarea que debemos hacer. Es hermoso y placentero hablar de la obra del Señor Jesucristo pero a la misma vez es muy incómodo y doloroso al ver que esa persona todavía no ha aceptado a Jesús en su corazón. Es una experiencia agridulce. Sin embargo, sigue predicando este mensaje a tiempo y fuera de tiempo, con amor...