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El amor de Dios es fuente viva, manantial que no se seca. Su misericordia, como ese manantial, se entrega suave y casi imperceptible en nuestra vida, pero su presencia se nota en todo, en el florecer de nuestros días, en la vida que se engendra, en los sueños que se encarnan. Un amor que no depende de nuestras fallas, un amor que depende de los sueños de Dios para nosotros. Sintamos para nuestra vida este texto, consignado en Lamentaciones 3, 22-23.
El amor de Dios es fuente viva, manantial que no se seca. Su misericordia, como ese manantial, se entrega suave y casi imperceptible en nuestra vida, pero su presencia se nota en todo, en el florecer de nuestros días, en la vida que se engendra, en los sueños que se encarnan. Un amor que no depende de nuestras fallas, un amor que depende de los sueños de Dios para nosotros. Sintamos para nuestra vida este texto, consignado en Lamentaciones 3, 22-23.