Era una noche fría, una de esas noches en las que el viento susurraba secretos entre los árboles y el cielo brillaba con una oscuridad profunda, apenas iluminada por las estrellas. En una pequeña ciudad, rodeada por montañas y bosques, vivía una joven llamada Helena. Helena tenía algo muy especial: desde pequeña había experimentado sueños tan vívidos que a menudo no podía distinguir entre lo que sucedía en su mente mientras dormía y lo que ocurría en la vida real.