Hay momentos en que no podemos evitar sentir la losa del fracaso encima de nosotros. Puede que sea falso. Puede que no sea real. Pero la sensación de fracaso es muy real. Y entonces toca pararnos a analizar nuestra cosmovisión, lo que creemos en lo profundo de nuestro subconsciente. El éxito es el dios ante el que sacrificamos todo. El éxito exige mucho y ofrece muy poco, porque, como todo falso dios, es un dios egoísta e injusto. Nos obsesionamos con todo lo relacionado, con el mérito, el esfuerzo, el trabajo, el liderazgo, y definimos la felicidad en términos de logros y realización. Pero si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo, solo hay una opción: deshacernos completamente de las etiquetas de éxito y fracaso, y adoptar los términos de la vida en abundancia que se nos ofrece.

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