Parece una simple aplicación de mensajería. Rápida, moderna, con stickers y canales temáticos. Pero en sus rincones más profundos, donde no llega la luz del algoritmo ni el control humano, Telegram se ha transformado en algo más: un refugio para la oscuridad.

Mientras millones la usan para hablar con amigos, delincuentes, pedófilos, traficantes y asesinos la usan para comerciar, organizarse y esconderse. Su promesa de privacidad total es una máscara que cubre rostros monstruosos. En grupos cerrados, donde se accede por invitación, la humanidad se disuelve y emerge el horror.

Hablamos con Eduardo Casas Herrer, experto en criminalidad digital, quien nos revela cómo Telegram se ha convertido en la nueva Deep Web. Una cloaca donde se venden vídeos atroces, se intercambian métodos de tortura, se trafican humanos, y se celebran asesinatos como si fueran logros desbloqueables en un videojuego sin alma.

Las autoridades no pueden entrar. Las víctimas no pueden gritar. Y los criminales… se sienten en casa.

Esto no es una distopía. Esto es ahora. Y puede estar en tu bolsillo.