Nuestras vidas normalmente son ocupadas y aceleradas. La falta de límites incrementa nuestro estrés y disminuye nuestra paciencia. Esto nos puede distraer de las cosas más importantes en nuestras vidas... y nuestras relaciones personales sufren. Esto puede también afectar nuestra relación con Dios, porque existe una conexión entre nuestra voluntad de poner límites y nuestra fe.