Fabián Harari, en su columna semanal en NdR Radio, habló sobre la relación que tiene China con EE. UU y los efectos que genera en países como la Argentina. Actualmente, estamos asistiendo a un período histórico que se produce una vez por siglo o cada dos siglos. La incorporación de una potencia mundial en el concierto político internacional y económico: China. Momento parecido al que se vivió con el ascenso de Inglaterra en el siglo XVIII y con la elevación de EE. UU a comienzos del siglo XX. Muchas veces, oímos a periodistas decir que nos encontramos ante una nueva Guerra Fría. Pero, lo cierto es que esto es un error porque en aquella época se enfrentaban dos sistemas sociales: socialismo contra capitalismo. Eran otras relaciones sociales las que estaban en juego. En cambio, lo que tenemos con China y EE. UU es a dos potencias capitalistas compitiendo; tres sí sumamos a Alemania. El único límite que presentan los chinos y que difiere con el surgimiento de otras potencias en anteriores períodos, está en la acción militar. No llegan a la potencia militar que poseen los estadounidenses. Esta disputa no es beneficiosa para la clase obrera. Algo que se refleja en el abaratamiento de la mano de obra. Ejemplo de esto, es el acuerdo que quiere realizar el gobierno chino con Cristina Fernández en torno a la crianza de cerdos. El único beneficio que puede llegar a brindar, para algunos países, una competencia entre ambas potencias es la posibilidad de un doble endeudamiento. En los últimos años, China se fue convirtiendo en uno de los mayores prestamistas por fuera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial.

El columnista explicó cómo fue la reconversión que hizo China para estar hoy en el lugar de potencia. Antes de 1976, el país tenía una planificación que tendía a desarrollar la economía en un sentido más pleno, de bienestar de la clase obrera. Se interesaba por cuáles eran las ramas que eran necesarias producir para las necesidades de la gente. Existía una organización en un sentido de desarrollo social y centralizado. Ahora, el orden es diferente. La planificación en términos capitalistas se concentra en situar grandes objetivos que tienen que ver con la maximización de la plusvalía. Se busca la ganancia, no el bienestar de la gente. Se proyecta cómo abaratar la fuerza de trabajo y los costos. El desarrollo de una clase social, no del conjunto de la sociedad. Esto refleja que una economía centralizada y una planificación estatal rinde sus frutos, consigue lo que no logran otras sociedades. Con esto se desmiente el mito liberal, también sostenido por keynesianos. Muestra la necesidad de una planificación estatal, pero, en función de las necesidades sociales.