Eran niños, cinco niños con sueños y ganas de vivir. No eran niños cualesquiera, eran hijos de alguien, hermanos de alguien, nietos de alguien, amigos de alguien y hoy ya no están.

No podemos nublar nuestros ojos frente a este dolor que no es solo de sus cercanos, es un dolor que debería ser de todos.

Niños que deben crecer deprisa en una sociedad que levanta muros, que segrega, discrimina y niega oportunidades dignas y alienta a cortar de tajo lo que considera dañino.

Se nos olvida que la raíz es tan o más profunda que su propio tallo; la raíz debe ser sanada y cuidada.

No permitamos que crezca aún más este círculo de odio, venganza y retaliación que nos mantiene a todos anclados al mismo dolor y a repetir una historia que "decimos querer cambiar".