En el programa de hoy os propongo acercarnos a las abruptas márgenes del Huerva, uno de los ríos más importantes de la historia de la ciudad, para iniciar un relato sobre el interesante proceso que supuso cubrir una buena parte de su trazado urbano. De esta forma, en este episodio narraremos lo sucedido hasta que en 1922 comenzó la obra de soterramiento.
Desde antiguo, el aporte de agua por el río Huerva ha sido fundamental en la historia de Zaragoza. A pesar de su carácter marcadamente mediterráneo, y que en comparación con el caudaloso Ebro y aun el Gállego, hubo épocas en que su denominación fue de “arroyo”, este río era el fundamental aporte que nutría los riegos del sureste, sobre todo mediante las acequias de la Romareda y de las Adulas, muy reforzadas en su caudal cuando a finales del siglo XVIII fue construido el Canal Imperial de Aragón. Así fue hasta que a mediados del siglo XIX una serie de modernos proyectos se toparon con el río como obstáculo infranqueable.
Sorprendentemente, el primer proyecto tuvo que ver con el ramo de la Guerra. España estaba sumida desde 1833 en una serie de guerras civiles que bajo la denominación de Guerras Carlistas, llevaron a declarar a Zaragoza como plaza de guerra de primer orden, lo que conllevó la redacción de un proyecto de fortificación que en 1859 tomó forma mediante la propuesta de reforzar la medieval muralla de la ciudad mediante una nueva línea de fuertes que se habrían de construir desde la Puerta de Sancho y hasta las Tenerías, a la distancia aproximadamente del monte de Torrero. En 1862 se propuso convertir esta línea de fuertes en una muralla compacta y continua, con su correspondiente foso, en principio seco. El Ayuntamiento propuso entonces desviar el curso del río Huerva para rellenar de agua ese foso y, de paso, poder así aprovechar el antigua cauce para dar paso al crecimiento y ensanche de la ciudad. Aunque este proyecto bien sabemos que no llegó a buen puerto, entre otras razones por el colosal presupuesto que precisaba, resulta interesante pararse a pensar siquiera un minuto sobre lo que ello hubiera supuesto para la configuración de la ciudad.
En paralelo a este descomunal proyecto, y al comienzo de la década de 1860, la idea de desviar el tramo del río comprendido entre el puente de Santa Engracia y el de San José se asoció a la posibilidad de incorporar el antiguo cauce a la nueva zona edificable del ensanche sur. En 1880 esta propuesta ya cobró forma como cubrimiento del Huerva para poder urbanizar y ensanchar la ciudad hacia el mediodía. Era sintomático que el cubrimiento propuesto comenzara en el puente de Santa Engracia, pues entonces no se preveía que la ciudad fuera a crecer mucho más hacia el sur, y además el nuevo ensanche estaba aún vertebrado por el camino de Torrero, donde se estaban diseñando algunas de las más importantes viviendas unifamiliares proyectadas a ambos lados de este burgués ensanche.
Fue la construcción de la monumental Facultad de Medicina y Ciencias, inaugurada en 1893, la que abrió la puerta a la posibilidad de cubrir el Huerva más allá de la Puerta de Santa Engracia. Fue entonces cuando el Huerva se convirtió en un río “inoportuno”, que fluía por donde no debía, que taponaba el desarrollo y modernización de Zaragoza, en una lógica que tantas veces se ha escuchado luego en esta ciudad cuando algo antiguo, aunque fuera natural, no se adaptaba a los intereses particulares de algún promotor o propietario. Porque en este caso de eso se trataba, de los intereses de negocio de los grandes propietarios de los terrenos situados a ambas márgenes del río, que calculaban con precisión los astronómicos beneficios de la operación. A esta presión se sumaron los habituales y populistas discursos que buscaban el respaldo popular a sus intereses mediante la apelación a las enormes mejoras que esta obra supondría para la moderna imagen de la ciudad, y para la higiene urbana, pues la mala calidad de sus aguas parece ser que amenazaban con contaminar a toda la urbe.
Ante tal suma de voluntades y presiones políticas, en 1898 se anunció como ya hecho el acuerdo para cubrir el tramo del río junto a la Facultad de Medicina, de forma que el Gobierno se encargaría de las obras de encauzamiento y abovedamiento, mientras que el Ayuntamiento debería acometer la urbanización del espacio resultante. Sin embargo, este proyecto no pasó de las musas al teatro por el cambio de actitud del Gobierno en cuanto a asumir en solitario el costo del cubrimiento. Desde entonces, se sucedieron numerosos llamados retóricos a la necesidad del cubrimiento, sin que en todo ese tiempo se detectara miasma o efluvio maligno alguno que desde el río amenazara a la salud pública.
En la década de los años diez del nuevo siglo XX se llevó a cabo la obra del realineamiento del paseo de Sagasta en su entronque con la glorieta formada por la confluencia del paseo de Pamplona y la plaza de Aragón. Ello supuso ensanchar el antiguo puente de Santa Engracia y realizar el primer y pequeño cubrimiento del río Huerva para conformar el despejado espacio triangular que poco después fue denominado plaza de basilio Paraíso.
Ya al principio de la década de los años veinte, un par de modificaciones legislativas a nivel estatal permitieron al Ayuntamiento acometer proyectos de saneamiento, de forma que el arquitecto municipal Miguel Ángel Navarro pudo presentar, entre otros, el proyecto de “cubrimiento del río Huerva para saneamiento y preparación de las obras de ensanche y parque de la ciudad”, en coherencia con el proyecto de ensanche hacia el sur por Miralbueno.
En febrero de 1922 el Ayuntamiento aprobó un presupuesto de casi cinco millones de pesetas para acometer el cubrimiento, cuyo desarrollo veremos en un programa posterior.