Ante la dificultad hay que luchar, muchas veces el mundo que nos rodea nos hace dispersarnos de lo fundamental. Es la voluntad la que mueve montañas, esa firme decisión de no parase ante nada, el de no desanimarse nunca, el no rendirse. Asumir nuestras culpas y errores.

El que lucha gana…

El que se lo propone lo consigue.

Tenemos que descender, abajarnos hasta donde está la miseria, hasta donde está la necesidad… Luchemos por alcanzar la difícil humildad… no nos creamos perfectos…

Y hagamos con ese SI, fiel cumplimiento del propósito de Dios.

No preguntemos el ¿Por qué?

Si no hagamos el ¿Para qué?

Miremos a los que están al lado nuestro, a quienes pasan cerca. Estamos llamados por el hecho de habernos bautizado, a ser sacerdotes profetas y reyes, a echar las redes, con el PROPÓSITO que para cada uno de nosotros Dios tiene desde el momentos de la creación.

Pasemos de ser pecadores a ser apóstoles, demos gracias por nuestra conversión, que nos llena de alegría, de ilusión, de luz.

Cada uno con su para qué, aquel que Dios tiene… para cada uno de nosotros.

No lo olvidemos… solo nosotros podremos realizarlo. Si ejercemos el derecho a la libertad que nos ha dado, haciendo caso omiso a ese para qué, y no lo hacemos… se perderá y nunca se realizará, porque jamás hay otro para cumplir ese propósito, ese designio único, que Dios tenía para nosotros.

Dios nos llama, nos habla, tiene una misión un camino para cada uno.

Llamada, misión, camino, palabra… que no fructificará si no abrimos de par en par las puertas del alma y decimos aquel:

Hágase en mí según tu palabra.

Y poniéndonos en manos de esa Gran Señora que contestó estas palabras al arcángel San Gabriel.

Alzaremos nuestra mirada a la CRUZ, y al ver el Rostro de Jesús…

Exclamaremos:

SOLO DIOS… SOLO DIOS.

Ese Dios que con los brazos abiertos nos espera… en esa Cruz

¡Oh Jesús mío!

Para eternamente, abrazarnos.

¡Misericordia Señor… Misericordia!