Hermanos queridos:
La Pascua nos habla del triunfo del Resucitado, de alegría, de buscar, nos hablan de encontrar, nos habla de testificar, y de hasta dar la vida.
De Buscar al Resucitado, de encontrarse con Él.
Pues hemos sido llamados por nuestro nombre gracias al bautismo y de esta llamada nace nuestra consagración pues hemos muerto al pecado, renunciado a satanás, a sus pompas y a sus obras para renacer a la gracia de Dios a una vida nueva, a la vida del resucitado, que no vivo yo que es Cristo quien vive en mí. Nos entregamos enteramente a Jesús para llevar nuestra cruz detrás de Él y ser más fieles de lo que le éramos antes.
De esta consagración sale la misión, el propósito que Dios tiene con cada uno de nosotros desde los tiempos de la creación, desde toda la eternidad, que es único e intransferible, que si no la hacemos nosotros se perderá, pues no habrá otro que la haga en nuestro lugar.
Cada uno con su misión, que tiene que ser alimentada con mi vida espiritual, con la oración
.
Pero como veis hermanos queridos, todo parte de ese momento de purificación, del bautismo:
“El que crea y se bautice se salvará y el que se resista a creer será condenado”.
Y dice San Marcos a los que crean los acompañarán estos signos:
Echarán a los demonios en mi nombre.
Hablarán lenguas nuevas.
Cogerán serpientes en sus manos y si beben un veneno mortal no les hará daño.
Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El señor nos acompañará confirmando la palabra con las señales.
Recordad, el bautismo nos ha hecho Sacerdotes, profetas y Reyes.
Todos estamos llamados a evangelizar para proclamar la palabra viva de Dios.
Señor dános la gracia de reconocer tu llamada, que hemos sido consagrados y que cumpliendo tu voluntad hemos sido enviados a evangelizar, por pertenecer a Cristo, porque Él vive en nosotros llamándonos cada día, cada instante por nuestro nombre y si el punto de partida fue el bautismo, su gracia se renueva con los demás sacramentos, para que proclamemos el evangelio, para conocer y que hagamos conocer la misma palabra de Dios, para que anunciándola haga surgir la FE.
El ser humano, para creer tiene que conocer, esa es la gran misión del propagador de la fe, la palabra del misionero que anunciando a ese Dios vivo y eterno hace que comience a creer, pide la gracia del bautismo y el que se bautiza se salva y el que no se bautiza no se salva. Solo los bautizados van al cielo.
El magisterio de la Iglesia nos enseña que hay tres modos de bautismo:
El de agua
El de sangre.
Y el de deseo.
El de agua, es el conocido, el sacramento del bautismo clásico.
El de sangre, es aquel, en el que uno muere por Cristo sin haber estado bautizado, pero ha confesado su fe en ese mismo Cristo.
El bautismo de deseo es aquel, en el que las personas si hubieran tenido la oportunidad se hubieran bautizado. Tienen en su alma ese deseo.
Ahora bien, el que no crea, el que explícitamente rechace a Jesucristo y el bautismo será indefectiblemente condenado.
Recordad el bautismo nos ha hecho Sacerdotes, Profetas y Reyes.
Nos debemos preguntar:
¿Yo que hago en ese encuentro con el Resucitado?,
Con quien que me invita evangelizar, con quien me invita a dar testimonio de su gracia, de su infinita misericordia.
¿Qué signos de credibilidad doy?
En mi entorno.
En mi trabajo.
En mi colegio.
En mi profesión.
En la sociedad.
En mi vida.
Hablo, pregono, sigo el evangelio, soy testimonio vivo de esas gracias recibidas.
Levanta la mirada, querido hermano, pon tus ojos en la cruz, en aquel que dio todo, sin pedir nada, que es amor y humildad.
Ponte en pie, desgasta la suela de tus zapatos, pide el auxilio y la fuerza que tu Madre la Divina Pastora, para cumplir la voluntad de su Hijo, que nos ayude a caminar por la senda estrecha, iluminando nuestro camino en post del Señor, que me conceda reavivar el don de la fe y que vaya por el mundo hasta quedar afónico de gritar, de proclamar el evangelio, la palabra de Dios.
En cierto modo, vivimos unos momentos como aquellos de los primeros tiempos del cristianismo, en los cuales los creyentes se dispersaron por el mundo entre terribles persecuciones difundiendo las enseñanzas de Jesús, en su ejemplo estaba su propia identidad, su testimonio. Su alegría en la adversidad. Todo se realizaba en nombre del Señor y anunciar el evangelio es anunciar la conversión.
Señor, que te dé, no porque me des.
Que me acerque a ti, por la alegría de estar Contigo, la del del encuentro. Sin pedirte nada a cambio.
Que seas la razón de mi existencia.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera
Es imposible derrotar a una persona que ha encontrado a Cristo.
El mártir por causa de su fe, del que hablamos en otras ocasiones, Don Alejandro Fernández, capellán y comandante castrense, el Santo de la Concordia, vivió en propias carnes todas las escenas de la pasión y muerte de Cristo, es el protomártir castrense.
Cómo su vida, es un reflejo precioso de la pasión de Cristo. Sus enemigos intentan discutir con él para que abandone su fe, y al no poder vencer su resistencia pasiva, colmada de paz y longanimidad, se llenan de odio, se llenan de rencor y acuerdan su martirio, dándole una muerte de cruz, con toda su pasión.
Ahí tenemos la respuesta a una pregunta que muchas veces nos hacemos, como mantener la paz, la compostura y la aceptación, ante los horribles sufrimientos que el martirio representa. Ese “Ibis in Crucen” Irás a la Cruz.
De ahí, es donde viene, “que es imposible derrotar a quien ha encontrado a Cristo y vive en su interior”.
Ese admirable, “callaba y callaba…”
Ante tal martirio, en su pasión y en la cruz, soportando insultos, golpes, injurias, ante aquellos que pretendían hacerle blasfemar…
Hasta morir en esa cruz, y proclamar el perdón para sus enemigos, con esa postrera invocación antes de expirar:
“Perdónales Señor, que no saben lo que hacen”
Es aquí donde encontraremos la respuesta al:
¿Qué hemos de hacer para realizar la obra de Dios?
El para qué, en la búsqueda de Jesús…
Y levantado nuestra mirada hacia ese símbolo en el que fue crucificado, mirando con humildad y emoción, vemos el verdadero tesoro sobre el cual está edificada la iglesia…
El de los mártires, como el padre Alejandro y tantos y tantos … otros que, con su testimonio y martirio, son semilla de nuevos mártires, que, al dar la vida, nos muestran el camino de la VERDADERA VIDA ETERNA.
¡Que santos… Dios mío!
Aquellos que están dispuestos a dar la vida por causa de su fe, que no tienen miedo a la muerte, que están dispuestos a todo, que no se arredran ante la persecución, la burla, la mofa. Que se mantienen firmes ante el sacrificio, ante las amenazas, ante el martirio… ante la muerte.
Y eso solo es posible, si tienes, si recibes a Jesús, si está contigo presente como en la sagrada Eucaristía. Esa comunión de los santos en la tierra hace ver a Jesús en el Cielo. Quien está en gracia de Dios, no tiene ningún miedo por la salvación de su alma, porque es prenda de vida eterna.
Que tendrán los santos como el Padre Alejandro, Dios mío, que tendrán, para exclamar con amor y misericordia a sus verdugos:
“Podéis matar mil veces mi cuerpo, pero jamás matareis mi alma”
Que tendrán los santos, que están dispuestos a dar la vida por sus perseguidores, aquella que te hace morir perdonando a tus ejecutores, a tus enemigos, a tus verdugos…
Hombres y mujeres mártires, que han muerto con el perdón de sus enemigos en los labios.
Tú me odias, yo te amo.
Porque en esos momentos están viendo el Cielo y al morir nacen a la verdadera vida, la vida eterna.
Misericordia Señor… Misericordia