El año está tocando a su fin, apuramos las últimas horas, el bullicio la fiesta y el jolgorio compiten con suculentos manjares, muchas veces en abundancia, tiramos la casa por la ventana en la mayoría de los hogares, otros y en otras partes no…
La carencia, la necesidad, el abandono y tal vez la paz se hacen más acuciantes, más presentes… en estos precisos momentos.
Por qué será, que tantas veces echamos de menos aquello que no creemos creer nos hace falta, sin darnos cuenta de lo importante que es tener lo que verdaderamente importa.
Aquello que es grande y no pesa, enorme y no se puede medir, se siente y no se puede tocar. Que nadie nos puede quitar y que perdurará con nosotros para siempre.
El amor a nuestros seres queridos, padres, esposa, hijos, amigos, conocidos…
Aquello etéreo que no nos pueden arrebatar jamás y que perdurará con nosotros por toda una eternidad.
Esa es la verdadera riqueza, el mundo sublime de los sentimientos.
Apurando, los últimos instantes de este año me quedo con lo importante y doy gracias por todo lo bueno recibido, por tantas… y tantas cosas.
Gracias que inmerecidamente recibimos y que tantas veces no valoramos hasta no tenerlas. El hombre aprende de sus equivocaciones y no de sus triunfos.
Es el momento de meditar en las cosas buenas que nos da la providencia que nos llenan la vida y desde la humildad reconocer que recibimos tantas y tantas cosas sin merecer nada…
Que la Virgen Santísima, nos arrope a todos con su bendito manto, que nos lleve a transitar por ese camino estrecho lleno de espinas que a veces es la vida, que nos acerque a ese barco triunfante, a ese timonel que es Jesús sacramentado, con Él a los mandos nada hemos de temer, y arribaremos a puerto seguro.