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Había una vez un país muy pobre controlado por una familia presidencial que se había enquistado en el poder por muchas generaciones. El presidente un hombre severo y de mirada altiva se aprestaba a salir a recorrer las calles de la capital. Durante la campaña electoral había hecho la promesa de salir cada mes a recorrer las calles para supuestamente conocer de primera mano las necesidades de su pueblo.
Aquella mañana, como todas los meses se apresuró a vestirse para la ocasión. Vestido de tres piezas, corbata roja, zapatos de charol y un pañuelo empapado de alcohol que le servía para limpiarse las manos y la nariz a medida que caminaba por los barriales de las calles de la capital.
Después de llamar a sus guardias personales y mandar a traer el lujoso vehículo que los llevaría al centro de la ciudad, cruzo el lujoso portón de su magnifico palacio presidencial y salió seguro de si mismo como todos los meses. El vehículo, seguido de la escolta oficial, se detuvo en la plazoleta principal de aquella miserable capital y saltando sobre un charco de agua podrida que se encontraba en la calle para no ensuciarse sus finos zapatos de charol traídos de parís y se preparo a seguir la rutina de cada mes. Estrechar las manos de algunos de los cientos de curiosos que se acercaban a recibirlo. De pronto se dio cuenta que su finísimo reloj de oro había desaparecido de sus brazo y horrorizado se paro en la punta de sus zapatos y vio como un joven de escasos años salía corriendo calle abajo con su reloj entre sus manos.
El presidente con todas sus fuerzas grito.
Al ladrón. Al ladrón. Agarren y maten al ladrón
Y la muchedumbre al oír estas palabras se abalanzo contra el ladrón y rodeándolo lo mataron y despedazaron.
Horas después la guardia personal pudo rescatar lo único que quedaba de la victima de aquel linchamiento publico. Los zapatos de charol franceses.
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Había una vez un país muy pobre controlado por una familia presidencial que se había enquistado en el poder por muchas generaciones. El presidente un hombre severo y de mirada altiva se aprestaba a salir a recorrer las calles de la capital. Durante la campaña electoral había hecho la promesa de salir cada mes a recorrer las calles para supuestamente conocer de primera mano las necesidades de su pueblo.
Aquella mañana, como todas los meses se apresuró a vestirse para la ocasión. Vestido de tres piezas, corbata roja, zapatos de charol y un pañuelo empapado de alcohol que le servía para limpiarse las manos y la nariz a medida que caminaba por los barriales de las calles de la capital.
Después de llamar a sus guardias personales y mandar a traer el lujoso vehículo que los llevaría al centro de la ciudad, cruzo el lujoso portón de su magnifico palacio presidencial y salió seguro de si mismo como todos los meses. El vehículo, seguido de la escolta oficial, se detuvo en la plazoleta principal de aquella miserable capital y saltando sobre un charco de agua podrida que se encontraba en la calle para no ensuciarse sus finos zapatos de charol traídos de parís y se preparo a seguir la rutina de cada mes. Estrechar las manos de algunos de los cientos de curiosos que se acercaban a recibirlo. De pronto se dio cuenta que su finísimo reloj de oro había desaparecido de sus brazo y horrorizado se paro en la punta de sus zapatos y vio como un joven de escasos años salía corriendo calle abajo con su reloj entre sus manos.
El presidente con todas sus fuerzas grito.
Al ladrón. Al ladrón. Agarren y maten al ladrón
Y la muchedumbre al oír estas palabras se abalanzo contra el ladrón y rodeándolo lo mataron y despedazaron.
Horas después la guardia personal pudo rescatar lo único que quedaba de la victima de aquel linchamiento publico. Los zapatos de charol franceses.