Jesús se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó, después, echó agua en una cofaina y pasó detrás de los divanes, para lavar los pies a los discípulos, como el último de los esclavos.

Se acercó a Simón Pedro, el cual al ver al maestro en aquel acto tan humillante exclamó

Señor.

¿Tú lavarme a mí los pies?

Lo que yo hago dijo Jesús, no lo entiendes tú ahora, pero lo entenderás después.

Jamás por jamás

Exclamó Pedro

Si no te dejas lavar, no tendrás parte conmigo

Dijo Jesús

Entonces, Señor, exclamó Pedo

No solo los pies, sino también la cabeza.

El que está lavado, añadió Jesús, no tiene necesidad más que de lavarse los pies, para estar todo limpio.

Y vosotros estáis limpios, aunque no todos. Haciendo referencia al traidor.

Lavó los pies a todos, incluso a Judas. Y se los secó con el lienzo con el que estaba ceñido.

Terminado aquel humilde servicio, dejó la toalla, tomó, otra vez el manto y volviendo a su puesto.

Dijo:

¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros?

Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien, porque lo soy.

Si, pues yo, Maestro y Señor, os he lavado los pies, a vosotros; también vosotros, debéis lavaros los pies unos a otros.

Os he dado un ejemplo a fin de que hagáis vosotros, lo que he hecho Yo.

No es el siervo más que su señor, ni el apóstol mayor que el que lo ha enviado.

Si comprendéis estas cosas, y las poneis en práctica, seréis bien aventurados.