A principios de los años ochenta, una década usualmente recordada por sus luces brillantes y visión futurista, una de las ciudades más prometedoras de Estados Unidos se rescindía en una constante miseria. Detroit, que con el boom automotriz de los cincuenta se había convertido en un centro industrial importante, estaba pagando el precio de la paranoia por la guerra fría. Dentro del caos urbano en la decaída potencia, surgió un género musical que buscaba ayudar a los jóvenes a olvidarse de su realidad, aunque fuera por un par de minutos.