Sabemos que 2020 no va a ser un buen año; pero tampoco
fue gran cosa 1915, en su momento: un año en el que la Primera Guerra Mundial
hacía estragos; Italia sufría un terremoto en los primeros días del año; el sufragio
femenino es rechazado en Estados Unidos; el genocidio armenio por parte de
Turquía era imparable… Es normal que, en una situación como la actual o la que
se vivió en aquel año de principios del siglo pasado, se pensase en una manera
de proyectar en los años venideros, con el conocimiento y la consciencia plena
del momento en el que se vive.
Eso es precisamente lo que parecen buscar los
argentinos 1915 en su tercer disco: aterrizar una propuesta que siempre tuvo la
intención de recuperar ciertos matices del pop-rock argentino de los años ’80 con
la consciencia de que son una banda de 2020. Sus dos primeros discos hacían
una bajada de línea conceptual por querer apelar a lo dual, “a lo vintage y lo
cual, lo analógico y lo digital”, como hacían en una suerte de manifiesto. Lo conseguían,
sí; pero faltaba la determinación de las canciones y la sensación de que habían
encontrado realmente su identidad. En su tercer disco, lo consiguen.
Tanto cuando parecen encontrar quórum entre Charly García
y los Klaxons (“Extranjero”) como cuando recuperan el espíritu del Gustavo
Cerati de “Amor Amarillo” (“Los años futuros”), cuando se ponen guerreros en
una suerte de puente entre Pescado Rabioso y Usted señálemelo (“No les creo”), cuando
se acercan a las melodías de Ale Sergi con una sonoridad a lo Morcheeba (“Éxtasis”),
cuando suenan como una new wave argentina de los ’80 aplicada al siglo XXI, de
Miguel Mateos a Suéter (“Llamando”) o cuando basculan alrededor del falsete de
Spinetta para jugar al indie-dance posmoderno (“Omm”), da la sensación de que 1915
han encontrado su año ideal: el de los recuerdos del futuro.
Alan Queipo