Hay momentos en los que nos percatamos de que nuestra vida espiritual no se trata solamente de recibir bendición sino también de transmitirla, es decir, convertirnos en ese puente para que otros también tengan ese encuentro con Dios. Hay un llamado profundo: Ser formador de personas, porque las promesas más grandes de Dios, no terminan en nosotros, sino que comienzan en nosotros para continuar en los demás.