Cuando el rey Ezequías escucha el mensaje de Senaquerib, rey de Asiría, instando a los habitantes a que se entreguen a él para no destruir la ciudad, Ezequías hace penitencia, recurre a Dios y envía al mayordomo, al escriba y a los sacerdotes ancianos ante Isaías, pidiendo su intercesión. Isaías le responde que el Señor hará volver a Senaquerib a su país y así sucede. Pero Senaquerib no desiste en sus planes de atacar Jerusalén e Isaías proclama un segundo oráculo en el que confirma que el Señor no permitirá que Senaquerib entre en Jerusalén y la destruya. Finalmente, Senaquerib muere en Nínive mientras adoraba a Nisroc, su dios.