Si alguien me hubiera dicho que en tres episodios Ellen McKenzie iba a coleccionar más prometidos que Taylor Swift exnovios, me lo habría creído… pero no tan rápido. Nuestra Mérida particular sigue repartiendo corazones y alianzas como si fueran flyers en la puerta de una discoteca.
En este capítulo la cosa va de clanes en guerra, flashbacks con daddy issues y hermanos peleando por quién se queda la silla grande del poder. Entre Patapalo, el Fucker y tanto “Mc” que parece la carta entera del McDonald’s, lo cierto es que Ellen es la única con dos dedos de frente. Se monta su plan maquiavélico para que los hermanos trabajen juntos, y ¡bingo! coronación con pacto de sangre incluido. Problema del clan, solucionado. Problema de matrimonio concertado… ejem, todavía en espera.
Mientras tanto, en las tramas paralelas:
El soldadito de plomo se marca un crush tan empalagoso que hasta su confidente le pide aumento por soportar semejante azúcar.
Y la viejoven Sassenach, entre camas inspeccionadas, criadas chismosas y planes de aborto, acaba tirándose a Lord Lovat para colar al hijo como suyo. Porque en Outlander, sin sexo incómodo, no hay episodio.
En resumen: política tribal, flashbacks cutres, sexo obligatorio y mucho salseo de alcoba. Sangre de mi sangre sigue siendo lo que prometió: puro Outlander con más Mc’s que la Golden Arches.