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Don Quijote de la Mancha
Incluso sin haberla leído todo mundo sabe más o menos de qué se trata la historia del valeroso Don Quijote de la Mancha: la de un señor ya entrado en años que después de leer tantos y tantos libros de caballería, termina convencido de que la realidad imaginada es la verdadera, y que la que se percibe con los sentidos, a veces no llega a ser más que una simple ilusión.
Alonso Quijano mira a su alrededor y ve un mundo vulgar, materialista y cínico; entonces decide convertirse en Don Quijote de la Mancha, y lanzarse en busca de aventuras para salvar un mundo, que al parecer, solo existe en su imaginación: un mundo en el que la justicia existe y el valor importa. Un mundo en el que el amor es puro y en el que los sueños se hacen realidad.
Pero no puede hacerlo solo. Para comenzar necesita un corcel legendario. Ni que Pegaso, Bucéfalo, o Marengo: Don Quijote tiene al sin igual Rocinante, tan desgarbado como su dueño, la montura ideal para la flor de la caballería andante.
Además necesita una dama de quién enamorarse y a quien encomendarse: la sin par Dulcinea del Toboso, inspiración máxima de la virtud, y razón de ser de su existencia caballeresca.
Y por último, necesita un escudero que sea testigo del poder de su brazo al enderezar entuertos, desfacer agravios, amparar doncellas, socorrer huérfanos, y acudir a los menesterosos.
En una granja de puercos de un pueblo, de cuyo nombre el narrador no quiere acordarse, Don Quijote encuentra a un humilde campesino que se termina conviertiendo en el más leal escudero que caballero andante tuvo en el mundo.
Pero Sancho Panza es más que un simple escudero. Es su compañero. Y en muchos sentidos su opuesto, como lo suelen ser los mejores amigos.
Mientras a Don Quijote lo mueven ideales supremos; Sancho es sensible a apetitos más terrenales. Es pragmático, le gusta comer bien, es un tipo de este mundo. Le brillan los ojos pensando en fortunas, riquezas y la posibilidad de vivir sin hacer absolutamente nada.
Para Don Quijote, lo que imagina es más real que lo que ve: los molinos son gigantes y las ventas son castillos. Para Sancho en cambio, sólo es real lo que puede ver, y tocar y sentir.
Esa tensión - algunas veces cómica, y otras dramática - entre lo ideal y lo real es el motor de la novela, y Cervantes la usa para explorar de manera brillante, la compleja relación entre fantasía, realidad y la búsqueda de la verdad.
Mientras uno va leyendo, es imposible no pensar en lo complejas que son las relaciones entre la realidad y la ficción. En cómo la una vive de la otra, como en una existencia simbiótica, pero también; en cómo se oponen, se enfrentan, y se transforman mutuamente, en una especie de ciclo dialéctico sin fin.
A lo largo de la historia, la realidad castiga y desmiente a Don Quijote, una y otra vez, pero para él nada de eso es verdadero, sino la obra de celosos encantadores que lo persiguen y trastornan lo verdaderamente real.
Con el tiempo vemos que la realidad no es inmune al poder de convicción de Don Quijote, a la belleza del mundo que imagina, a la infinita posibilidad que representa. En él, la vida se agranda, se ennoblece, y todos somos héroes y heroínas con historias increíbles y dignas de vivir y ser vividas.
Entonces, poco a poco el mundo mágico de la caballería andante se va apoderando de la realidad, pues todos los que entran en contacto con Don Quijote se van contagiando y adaptando a la realidad imaginada que se va convirtiendo en la realidad real. Como si Cervantes ya hubiese intuido siglos atrás temas que serían clave en teorías posmodernas, o hasta en la física cuántica, mostrando que la forma en la que uno percibe el mundo tiene el poder de transformarlo.
Además, en una movida excepcional, y profetizando el metaverso digital de nuestros días, en la Segunda Parte del Quijote, Cervantes hace que sus personajes sepan que se ha escrito y leído su historia. Y aparecen otros personajes que la han leído también, y que por haberla leído quieren hacer las cosas que hacen.
En un momento conviven la ficción, la conciencia de los personajes de que esta existe, y los comentarios del narrador sobre la ficción que supuestamente ha sido escrita anteriormente, en árabe, por otro narrador -que de hecho a veces toma la palabra también-. Incluso aparece un personaje que cuando se encuentra con Don Quijote, dice haber visto a otro Quijote y a otro Sancho, que resultan ser los personajes del Quijote falso de Avellaneda, que se publicó un año antes que la segunda parte del Quijote, y que tuvo cierta influencia en el recorrido del Quijote original.
Cervantes parece decirnos que toda realidad es un relato, y que todo relato puede hacerse realidad si alguien lo cree.
Sin embargo, si bien la realidad no es inmune al valeroso corazón de Don Quijote, Don Quijote tampoco es inmune a la realidad. Gradualmente se va haciendo más cuerdo conforme avanza la historia, al punto de ver una venta donde había una venta, en lugar de imaginar un castillo.
Siempre que la realidad ataca y vence, Don Quijote la rechaza y la esquiva con excusas mágicas. Pero la realidad, siendo implacable, como de hecho lo es, contraataca envuelta en fantasía, teniendo como clímax el desgraciado duelo en Barcelona entre Don Quijote y el Caballero de la Blanca Luna, que no era otro que su vecino disfrazado una vez más.
Derrotado dentro de su misma fantasía, y despojado el sueño de su razón de ser, la locura de Don Quijote entra como en corte circuito y parece como si este se viera obligado a verla desde fuera, desde el mundo real.
Al no poder vivir como caballero andante, por unos instantes Alonso Quijano intenta inventar una nueva y maravillosa existencia, en la que está vez serán pastores enamorados. Él se convertiría en el pastor Quijotíz, y Sancho sería su gran amigo el pastor Pancino. Vivirían en el campo, tranquilos y suspirando por sus Dulcineas, cuidando cabras y componiendo versos de amor.
Infelizmente, esta nueva aventura no puede realizarse porque al llegar a su pueblo, cansado de cuerpo y alma, Don Alonso Quijano cae enfermo, y recupera la razón.
Hace ya unos meses que leí esta historia, que nos deja pensando: qué es lo real, dónde está la verdad.
El otro día miraba una entrevista en la que Borges, ya viejo, decía que él, al contrario de Alonso Quijano, que había salido de su biblioteca y que había intentado ser Don Quijote, y que, de hecho, algunas veces lo fué; él, se había quededo en su biblioteca leyendo y releyendo sus libros. Tal vez sea por eso que escribió un cuento en que la realidad imaginada se apodera de la realidad real tan solo con del poder del pensamiento compartido en libros, sin necesidad de salir a combatir gigantes o a pastorear cabras. Parece que Broges era aún más idealista.
¿Y para mi?¿ Qué es lo real? ¿Dónde está la verdad?
Después de derrotar a un barbero apavorado y arrebatarle el mágico yelmo de Mambrino, Sancho Panza, pregunta una vez más por su la ínsula que le tienen prometida. Para explicarle que antes de ganar ínsulas y reinos tienen que conquistar la gloria y la fama, Don Quijote, le narra un episodio, que es mi favorito entre sus tantos disparates. Mientras Don Quijote narraba como la hija de un hipotético rey ponía los ojos en los de un famoso caballero, y él en los de ella, y cada uno le parecía al otro cosa más divina que humana; y, sin saber cómo ni como no, quedaban presos y enlazados en la intricable red amorosa, y con gran pena en sus corazones por no saber como se han de hablar para descubrir sus ansias y sentimientos.
Mientras tanto, decía, me guiñaban un ojo Bastian Baltasar Bux, perdido en el laberinto de sus deseos, o la reprochable Señora Bovary, subiendo con su amante a un coche en Ruan, y hasta el mentirosillo Vasco Moscoso, con su gorro de Capitán y su vieja su pipa de espuma de mar.
Y recordaba, una y otra vez, la frase con la que Jorge Amado termina su historia:
“ (...)Díganme, al fin y al cabo, los señores, con sus luces y su experiencia: ¿dónde está la verdad, la absoluta verdad?(...) ¿Está la verdad en eso que sucede todos los días, en los acontecimientos cotidianos, en la mezquindad de la vida de la inmensa mayoría de los hombres, o reside la verdad en el sueño que nos es dado para huir de nuestra triste condición? ¿Cómo se elevó el hombre en su caminata por el mundo: a través del día a día de miserias y vulgaridades, o por el libre sueño sin fronteras ni limitaciones? ¿Quién llevó a Vasco da Gama y a Colón al puente de sus carabelas? ¿Quién dirige las manos de los sabios que mueven las palancas de ese juego de los sputniks, creando nuevas estrellas y una nueva luna en el cielo de este suburbio del universo? ¿Dónde está la verdad? Díganmelo, por favor.”
By Camilo VadilloDon Quijote de la Mancha
Incluso sin haberla leído todo mundo sabe más o menos de qué se trata la historia del valeroso Don Quijote de la Mancha: la de un señor ya entrado en años que después de leer tantos y tantos libros de caballería, termina convencido de que la realidad imaginada es la verdadera, y que la que se percibe con los sentidos, a veces no llega a ser más que una simple ilusión.
Alonso Quijano mira a su alrededor y ve un mundo vulgar, materialista y cínico; entonces decide convertirse en Don Quijote de la Mancha, y lanzarse en busca de aventuras para salvar un mundo, que al parecer, solo existe en su imaginación: un mundo en el que la justicia existe y el valor importa. Un mundo en el que el amor es puro y en el que los sueños se hacen realidad.
Pero no puede hacerlo solo. Para comenzar necesita un corcel legendario. Ni que Pegaso, Bucéfalo, o Marengo: Don Quijote tiene al sin igual Rocinante, tan desgarbado como su dueño, la montura ideal para la flor de la caballería andante.
Además necesita una dama de quién enamorarse y a quien encomendarse: la sin par Dulcinea del Toboso, inspiración máxima de la virtud, y razón de ser de su existencia caballeresca.
Y por último, necesita un escudero que sea testigo del poder de su brazo al enderezar entuertos, desfacer agravios, amparar doncellas, socorrer huérfanos, y acudir a los menesterosos.
En una granja de puercos de un pueblo, de cuyo nombre el narrador no quiere acordarse, Don Quijote encuentra a un humilde campesino que se termina conviertiendo en el más leal escudero que caballero andante tuvo en el mundo.
Pero Sancho Panza es más que un simple escudero. Es su compañero. Y en muchos sentidos su opuesto, como lo suelen ser los mejores amigos.
Mientras a Don Quijote lo mueven ideales supremos; Sancho es sensible a apetitos más terrenales. Es pragmático, le gusta comer bien, es un tipo de este mundo. Le brillan los ojos pensando en fortunas, riquezas y la posibilidad de vivir sin hacer absolutamente nada.
Para Don Quijote, lo que imagina es más real que lo que ve: los molinos son gigantes y las ventas son castillos. Para Sancho en cambio, sólo es real lo que puede ver, y tocar y sentir.
Esa tensión - algunas veces cómica, y otras dramática - entre lo ideal y lo real es el motor de la novela, y Cervantes la usa para explorar de manera brillante, la compleja relación entre fantasía, realidad y la búsqueda de la verdad.
Mientras uno va leyendo, es imposible no pensar en lo complejas que son las relaciones entre la realidad y la ficción. En cómo la una vive de la otra, como en una existencia simbiótica, pero también; en cómo se oponen, se enfrentan, y se transforman mutuamente, en una especie de ciclo dialéctico sin fin.
A lo largo de la historia, la realidad castiga y desmiente a Don Quijote, una y otra vez, pero para él nada de eso es verdadero, sino la obra de celosos encantadores que lo persiguen y trastornan lo verdaderamente real.
Con el tiempo vemos que la realidad no es inmune al poder de convicción de Don Quijote, a la belleza del mundo que imagina, a la infinita posibilidad que representa. En él, la vida se agranda, se ennoblece, y todos somos héroes y heroínas con historias increíbles y dignas de vivir y ser vividas.
Entonces, poco a poco el mundo mágico de la caballería andante se va apoderando de la realidad, pues todos los que entran en contacto con Don Quijote se van contagiando y adaptando a la realidad imaginada que se va convirtiendo en la realidad real. Como si Cervantes ya hubiese intuido siglos atrás temas que serían clave en teorías posmodernas, o hasta en la física cuántica, mostrando que la forma en la que uno percibe el mundo tiene el poder de transformarlo.
Además, en una movida excepcional, y profetizando el metaverso digital de nuestros días, en la Segunda Parte del Quijote, Cervantes hace que sus personajes sepan que se ha escrito y leído su historia. Y aparecen otros personajes que la han leído también, y que por haberla leído quieren hacer las cosas que hacen.
En un momento conviven la ficción, la conciencia de los personajes de que esta existe, y los comentarios del narrador sobre la ficción que supuestamente ha sido escrita anteriormente, en árabe, por otro narrador -que de hecho a veces toma la palabra también-. Incluso aparece un personaje que cuando se encuentra con Don Quijote, dice haber visto a otro Quijote y a otro Sancho, que resultan ser los personajes del Quijote falso de Avellaneda, que se publicó un año antes que la segunda parte del Quijote, y que tuvo cierta influencia en el recorrido del Quijote original.
Cervantes parece decirnos que toda realidad es un relato, y que todo relato puede hacerse realidad si alguien lo cree.
Sin embargo, si bien la realidad no es inmune al valeroso corazón de Don Quijote, Don Quijote tampoco es inmune a la realidad. Gradualmente se va haciendo más cuerdo conforme avanza la historia, al punto de ver una venta donde había una venta, en lugar de imaginar un castillo.
Siempre que la realidad ataca y vence, Don Quijote la rechaza y la esquiva con excusas mágicas. Pero la realidad, siendo implacable, como de hecho lo es, contraataca envuelta en fantasía, teniendo como clímax el desgraciado duelo en Barcelona entre Don Quijote y el Caballero de la Blanca Luna, que no era otro que su vecino disfrazado una vez más.
Derrotado dentro de su misma fantasía, y despojado el sueño de su razón de ser, la locura de Don Quijote entra como en corte circuito y parece como si este se viera obligado a verla desde fuera, desde el mundo real.
Al no poder vivir como caballero andante, por unos instantes Alonso Quijano intenta inventar una nueva y maravillosa existencia, en la que está vez serán pastores enamorados. Él se convertiría en el pastor Quijotíz, y Sancho sería su gran amigo el pastor Pancino. Vivirían en el campo, tranquilos y suspirando por sus Dulcineas, cuidando cabras y componiendo versos de amor.
Infelizmente, esta nueva aventura no puede realizarse porque al llegar a su pueblo, cansado de cuerpo y alma, Don Alonso Quijano cae enfermo, y recupera la razón.
Hace ya unos meses que leí esta historia, que nos deja pensando: qué es lo real, dónde está la verdad.
El otro día miraba una entrevista en la que Borges, ya viejo, decía que él, al contrario de Alonso Quijano, que había salido de su biblioteca y que había intentado ser Don Quijote, y que, de hecho, algunas veces lo fué; él, se había quededo en su biblioteca leyendo y releyendo sus libros. Tal vez sea por eso que escribió un cuento en que la realidad imaginada se apodera de la realidad real tan solo con del poder del pensamiento compartido en libros, sin necesidad de salir a combatir gigantes o a pastorear cabras. Parece que Broges era aún más idealista.
¿Y para mi?¿ Qué es lo real? ¿Dónde está la verdad?
Después de derrotar a un barbero apavorado y arrebatarle el mágico yelmo de Mambrino, Sancho Panza, pregunta una vez más por su la ínsula que le tienen prometida. Para explicarle que antes de ganar ínsulas y reinos tienen que conquistar la gloria y la fama, Don Quijote, le narra un episodio, que es mi favorito entre sus tantos disparates. Mientras Don Quijote narraba como la hija de un hipotético rey ponía los ojos en los de un famoso caballero, y él en los de ella, y cada uno le parecía al otro cosa más divina que humana; y, sin saber cómo ni como no, quedaban presos y enlazados en la intricable red amorosa, y con gran pena en sus corazones por no saber como se han de hablar para descubrir sus ansias y sentimientos.
Mientras tanto, decía, me guiñaban un ojo Bastian Baltasar Bux, perdido en el laberinto de sus deseos, o la reprochable Señora Bovary, subiendo con su amante a un coche en Ruan, y hasta el mentirosillo Vasco Moscoso, con su gorro de Capitán y su vieja su pipa de espuma de mar.
Y recordaba, una y otra vez, la frase con la que Jorge Amado termina su historia:
“ (...)Díganme, al fin y al cabo, los señores, con sus luces y su experiencia: ¿dónde está la verdad, la absoluta verdad?(...) ¿Está la verdad en eso que sucede todos los días, en los acontecimientos cotidianos, en la mezquindad de la vida de la inmensa mayoría de los hombres, o reside la verdad en el sueño que nos es dado para huir de nuestra triste condición? ¿Cómo se elevó el hombre en su caminata por el mundo: a través del día a día de miserias y vulgaridades, o por el libre sueño sin fronteras ni limitaciones? ¿Quién llevó a Vasco da Gama y a Colón al puente de sus carabelas? ¿Quién dirige las manos de los sabios que mueven las palancas de ese juego de los sputniks, creando nuevas estrellas y una nueva luna en el cielo de este suburbio del universo? ¿Dónde está la verdad? Díganmelo, por favor.”