Como sucede antes de un concierto de una orquesta, cuando escuchamos sonidos discordantes, no armónicos, cuando los músicos afinan sus instrumentos, para luego dar paso a la exquisitez del concierto, así sucede con nuestras alabanzas a Dios en los templos, aunque aquí cantamos o tocamos desafinados, en realidad sólo estamos en "el preludio" de La Gran Alabanza que entonaremos en El Cielo. Ahora mismo Dios ya se delita en nueatros cantos. ¡Alabemos al Señor Jesucristo!