Ignacio de Loyola fue un hombre que afrontó múltiples crisis con intensidad y entereza. Hay momentos en que lo único que se puede sostener entre las manos es nada y vacío; en los que todo aquello por lo que se ha luchado parece derrumbarse definitivamente y la persona queda seriamente dañada y sin un horizonte que dé sentido a su existencia. Así está Íñigo a finales de mayo de 1521.