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Había una vez dos pueblos que habían tenido una rivalidad de años y años. Los habitantes de los pueblos había crecido con el odio propio de pensar que los habitantes del otro pueblo eran malos seres humanos. Ellos por su parte creían que eran buenas personas.
Durante los años esta animosidad se había vuelto realmente violenta y de tiempo en tiempo uno de los pueblos atacaba al otro y el otro pueblo se defendia y asi en el fragor de las luchas y las batallas muchos habitantes morían.
Los reyes de cada una de los pueblos veían como la riqueza de su pueblo se perdia debido al costo de la guerra y como ellos eran directamente afectados decidieron encontrar una solución y evitar las guerras permanentes entre los dos pueblos.
Un día paso por allí un hombre inteligente de mirada extraña que venia de oriente se instalo a vivir en una tienda situada equidistantemente de la entrada de ambos pueblos. Se instalo allí para que ninguno de los pueblos pensara que el estaba a favor del otro pueblo. Cuando los reyes oyeron de este sabio fueron a verlo para plantearle la necesidad de consejo sobre como evitar las guerras constantes.
El Sabio después de oírlos les dijo.
He traído conmigo un juego inventado en tierras lejanas. El juego simula la guerra entre dos ejércitos y ustedes pueden llegar a jugarlo para asi evitar que sus pueblos se desangren en guerra. Les puede enseñar a jugar y cuando tengan un problema simplemente pueden jugar y asi resolver las diferencias.
Los reyes después de escuchar las instrucciones de como jugar se sintieron muy complacidos y decidieron que este juego llamada ajedrez podría darles el escenario apropiado para dirimir sus diferencias sin necesidad de poner a luchar a sus hombres. Por su parte el sabio abandono aquellas tierras con una sonrisa extraña.
Los reyes establecieron un campo de juego allí donde había vivido el sabio y para darle mayor realismo crearon un pequeño ejercito que repetia cada una de las jugadas. Así se prepararon para la primera partida. En campo se dibujaron 64 cuadrados, se colocaron 2 caballos por cada equipo, dos representantes de la iglesia, dos guardias de las torres del pueblo, una persona simulando la reina y otro simulando el rey y 8 soldados por bando.
Y comenzaron a jugar.
Los habitantes de ambos pueblos se hicieron presentes para ver la representación en vivo de aquella batalla simulada del juego y con cada una de las jugadas que podrían demorar varias horas cada una, los habitantes coreaban a su equipo. Cuando una pieza derrotaba a otra todos los habitantes coreaban el nombre del pueblo.
La lucha en el tablero de ajedrez se fue volviendo feroz e intensa y cada movimiento era dramático. Nadie quería abandonar aquella partida. Todos sus temores, odios y pasiones se reflejaban en aquel juego.
Finalmente cayo la noche y todos prendieron antorchas para continuar con el juego. El honor de cada pueblo estaba en juego y nadie quería abandonar su puesto. Durante horas y horas se oian voces vociferando de furia y gritando de alegría.
Ambos reyes se jugaban su honor y su orgullo en aquel juego. Pero sabían que todo era simulado y nada se estaba perdiendo. No se estaban destruyendo torres reales, No se morían jinetes y sus caballos, no se sacrificaban sacerdotes y no morían soldados. Valia la pena aquella lucha.
Sin embargo, durante la noche una luz extraña se veía a lo lejos en direcciones contrarias. Pero nadie le hizo caso y continuaron con el juego.
Al amanecer el juego quedo en tablas y exhaustos ambos reyes se dieron la mano y cada habitante de ambos pueblos se dirigió de regreso. Cuando llegaron comprendieron que er
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Había una vez dos pueblos que habían tenido una rivalidad de años y años. Los habitantes de los pueblos había crecido con el odio propio de pensar que los habitantes del otro pueblo eran malos seres humanos. Ellos por su parte creían que eran buenas personas.
Durante los años esta animosidad se había vuelto realmente violenta y de tiempo en tiempo uno de los pueblos atacaba al otro y el otro pueblo se defendia y asi en el fragor de las luchas y las batallas muchos habitantes morían.
Los reyes de cada una de los pueblos veían como la riqueza de su pueblo se perdia debido al costo de la guerra y como ellos eran directamente afectados decidieron encontrar una solución y evitar las guerras permanentes entre los dos pueblos.
Un día paso por allí un hombre inteligente de mirada extraña que venia de oriente se instalo a vivir en una tienda situada equidistantemente de la entrada de ambos pueblos. Se instalo allí para que ninguno de los pueblos pensara que el estaba a favor del otro pueblo. Cuando los reyes oyeron de este sabio fueron a verlo para plantearle la necesidad de consejo sobre como evitar las guerras constantes.
El Sabio después de oírlos les dijo.
He traído conmigo un juego inventado en tierras lejanas. El juego simula la guerra entre dos ejércitos y ustedes pueden llegar a jugarlo para asi evitar que sus pueblos se desangren en guerra. Les puede enseñar a jugar y cuando tengan un problema simplemente pueden jugar y asi resolver las diferencias.
Los reyes después de escuchar las instrucciones de como jugar se sintieron muy complacidos y decidieron que este juego llamada ajedrez podría darles el escenario apropiado para dirimir sus diferencias sin necesidad de poner a luchar a sus hombres. Por su parte el sabio abandono aquellas tierras con una sonrisa extraña.
Los reyes establecieron un campo de juego allí donde había vivido el sabio y para darle mayor realismo crearon un pequeño ejercito que repetia cada una de las jugadas. Así se prepararon para la primera partida. En campo se dibujaron 64 cuadrados, se colocaron 2 caballos por cada equipo, dos representantes de la iglesia, dos guardias de las torres del pueblo, una persona simulando la reina y otro simulando el rey y 8 soldados por bando.
Y comenzaron a jugar.
Los habitantes de ambos pueblos se hicieron presentes para ver la representación en vivo de aquella batalla simulada del juego y con cada una de las jugadas que podrían demorar varias horas cada una, los habitantes coreaban a su equipo. Cuando una pieza derrotaba a otra todos los habitantes coreaban el nombre del pueblo.
La lucha en el tablero de ajedrez se fue volviendo feroz e intensa y cada movimiento era dramático. Nadie quería abandonar aquella partida. Todos sus temores, odios y pasiones se reflejaban en aquel juego.
Finalmente cayo la noche y todos prendieron antorchas para continuar con el juego. El honor de cada pueblo estaba en juego y nadie quería abandonar su puesto. Durante horas y horas se oian voces vociferando de furia y gritando de alegría.
Ambos reyes se jugaban su honor y su orgullo en aquel juego. Pero sabían que todo era simulado y nada se estaba perdiendo. No se estaban destruyendo torres reales, No se morían jinetes y sus caballos, no se sacrificaban sacerdotes y no morían soldados. Valia la pena aquella lucha.
Sin embargo, durante la noche una luz extraña se veía a lo lejos en direcciones contrarias. Pero nadie le hizo caso y continuaron con el juego.
Al amanecer el juego quedo en tablas y exhaustos ambos reyes se dieron la mano y cada habitante de ambos pueblos se dirigió de regreso. Cuando llegaron comprendieron que er