Lecturas del Bosque

#8 Nanas de la Cebolla - Miguel Hernández


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Yo tuve la suerte de tener dos padres… y dos madres.

Quizás, una de las posibles ventajas del mundo moderno.

Después que mis padres se separaron, tuve la grandísima suerte de crecer, además de con ellos, también con Yoyó por un lado y con Mónica por otro. Y puedo decir, sin ninguna duda, y lleno de agradecimiento, que no sería quien soy, sin el cariño y atención que ellos me dieron.

Al igual que muchas de las cosas que leo, el poema que quiero comentar hoy me llegó gracias a Yoyó.

Los padres de Yoyo eran catalanes, y combatieron por la República durante la guerra civil española, ellos, como cientos de miles de personas, se vieron obligados a salir de España en esos años, fue así que un día llegaron a Bolivia.

Escuchar historias increíbles de la Guerra civil española, fue siempre común para mi y para mis hermanos, no hace falta decir que es un tema que marcó por generaciones a las familias que lo vivieron.

En el caso de este poema, me lo compartió Yoyo una mañana que le mostré un video de mi hijo Aurelio, que reía sin parar.

El poema se llama Nanas de la Cebolla, y fue escrito en una cárcel de España, ya en el epílogo de la guerra, por el poeta y dramaturgo Miguel Hernández.

Después de que él recibiera una carta de su esposa, en la que le cuenta la terrible situación en la que se encuentra con su hijo de pocos meses, que lo único que tienen para comer es pan y cebolla.

Miguel Hernández, en su encierro y en su impotencia, le responde diciendo :

“Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme”

Esas coplillas que le mandó son las siguientes:


La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.


Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.


En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.


Pero tu sangre

escarchada de azúcar,

cebolla y hambre.


Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.


Ríete, niño,

que te traigo la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.


Ríete tanto

que en el alma, al oírte,

bata el espacio.


Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.


Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.


Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol,

porvenir de mis huesos

y de mi amor.


La carne aleteante,

súbito el párpado,

y el niño como nunca

coloreado.


¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!


Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.


Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!


Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.


Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.


Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.


Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.


No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.



EL 28 de Marzo de 1942 muere Miguel Hernández en la cárcel Alicante, apenas a los 31 años; dicen que fue gracias al trabajo de su esposa Josefina Manresa, quien se dedicó a recopilar y proteger la obra de su marido a lo largo de toda la dictadura franquista, que gran parte de su trabajo no se ha perdido para siempre.


Este poema más tarde fue musicalizado por Alberto Cortéz, interpretado por Manuel Serrat, y cantado en medio mundo por otros cientos de miles de personas, como una bella y terrible, evocación de amor.

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Lecturas del BosqueBy Camilo Vadillo