Recuerdo la época en que estaba de moda el pádel y las tiendas de todo por dos pesos.

Mi cuñado que vive en España los llamaba “bazares chinos”.

Entrar allí era para mí como un niño entrando a una dulcería o una juguetería. Me iba derecho a las herramientas, las bombas de agua para fuentes feng shui y otras cosas más.

Si algo tenían en común la variedad de elementos que adquiría era su calidad.

Duraban menos que un “gas” en una corriente de viento.

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