El coronel Dudley Clarke terminó su reunión, caminó por la arena egipcia, se desnudó y se zambulló en las frescas aguas azules del Mediterráneo para darse un baño antes del almuerzo. Era 1942, y los bañadores no eran reglamentarios en el ejército británico, así que los oficiales del cuartel general del Octavo Ejército nadaban desnudos. El primer ministro, Winston Churchill, se les había unido recientemente, para regocijo general.
Pero Clarke tenía asuntos importantes en la cabeza mientras disfrutaba del agua.