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Querida persona que me lee:

Siempre he dicho que lo que me dejó la religión son las infinitas ganas de creer. Pienso en que los seres humanos tenemos estas ganas desde nuestro primer día en la Tierra. Sólo que los dioses han cambiado de forma… pero siguen entre nosotros. Ahora viven en series en streaming, se esconden en videojuegos y tienen millones de vistas.

Te doy la bienvenida a esta carta de Escríbeme pronto. Si no sabes de qué va esto: cada emisión mando recomendaciones, un cuentito y una reflexión. También puedes escuchar este texto.

Los humanos nunca hemos dejado de crear mitos, sólo hemos cambiado las formas y los medios. Si los griegos tenían el Olimpo, nosotros tenemos lore, legendarium y canon cinematográficos. Si los nórdicos tenían sagas, nosotros tenemos series con ocho temporadas (y finales que a veces decepcionan tanto como una profecía mal interpretada). Cof cof, Game of Thrones.

En el menú de hoy hay un videojuego, un libro precioso, un cuento y una reflexión. Navega en este menú como gustes.

Mi infancia no es mi infancia sin Final Fantasy. Si no eres gamer, no te preocupes. Final Fantasy es una saga épica de juegos de rol. Es decir, donde los personajes van tomando su propio camino bajo decisiones que van escogiendo.

Te cuento que cada Final Fantasy tiene una historia completamente distinta. Así que si juegas el XV, no tienes que haber jugado los 14 anteriores. Pero yo quiero hablarte del XVI. Uno por el que no tenía grandes expectativas.

¡Y wow, qué joya! Final Fantasy XVI es una prueba contundente de que la mitología no ha muerto, sólo se ha transformado. Este juego de Square Enix, en lugar de esconder sus influencias mitológicas, las abraza con descaro y las reinterpreta de maneras fascinantes.

La historia es esta: el mundo de Valisthea está plagado de seres llamados "Eikons", que son esencialmente dioses elementales con nombres que los mitólogos reconocerán al instante: Ifrit para el fuego, Odín para la oscuridad, Bahamut para la luz, Shiva para el hielo... Cada uno de estos seres está vinculado a un "Dominante", un humano que puede transformarse en esta deidad, convirtiéndose en el arma definitiva de su nación.

Lo que me fascina es cómo el juego utiliza estos mitos como espejo de nuestra sociedad actual. Los Dominantes son tanto venerados como temidos, utilizados como armas pero tratados como monstruos. ¿No es así como a menudo tratamos a nuestros "dioses" contemporáneos? ¿Celebridades que idolatramos y al mismo tiempo deseamos ver caer?

El protagonista, Clive Rosfield, tiene que proteger a su hermano, el Dominante de Phoenix, un dios del fuego. La cosa es que un día Clive descubre que también es un Dominante: el de Ifrit, ¡que también es de fuego! En Valisthea eso no debería ser posible. Así que terminan trenzándose estos dos dioses y Clive mata a su hermano.

Para hacer esto todavía más dramático, en este mundo hay gente que puede canalizar magia y, al ser más poderosa que los demás, es también más temida y esclavizada. Este Final Fantasy lo tiene todo: venganza, drama, romance, política… Todo con un arte bello, bello y música para chuparse los dedos.

Si eres fan de los RPG (role playing game; juego de rol) o simplemente de las buenas historias, dale una oportunidad. Es accesible incluso para quienes nunca han jugado un Final Fantasy antes. Y quién sabe, quizá encuentres ecos de los mitos que te contaban de niña o niño en este nuevo panteón digital.

Lo puedes conseguir para PlayStation 5, PC y Steam.

El libro más bonito que he leído en 2025 es Dragón de Ray Bradbury e ilustrado por Svetlin Vasiliev.

Este es un cuento del escritor de ciencia ficción Ray Bradbury. A quien a lo mejor ubicas por Fahrenheit 451 o Crónicas marcianas. Me llamó la atención este volumen en la Feria del Libro de Guadalajara por todo:

* ¿Cómo que Ray Bradbury escribió sobre dragones y no robots?

* Las ilustraciones de Svetlin Vasiliev son increíbles.

* Libros del zorro rojo, la editorial, JAMÁS me ha quedado mal.

Y aunque es un libro caro, valió cada centavo.

Especialmente porque aunque la historia parece de un par de guerreros persiguiendo a un dragón, sólo diré que al león no es como lo pintan.

Y mira que este está bien pintado.

Puedes conseguirlo en este enlace.

El último seguidor

A Prometeo le temblaban las manos mientras actualizaba su feed. “Once me gusta”. Bajó el teléfono y miró el fuego crepitante frente a él. Sus llamas danzaban sobre el atardecer, su belleza atemporal, hipnótica. Volvió a subir el teléfono: doce likes. El último post de Zeus tenía ya miles, y apenas llevaba dos minutos publicado.

"Tú les diste el fuego", se recordó a sí mismo. "Sin ti, estarían todavía en la oscuridad". Pero eso fue hace eones. Ahora los humanos tenían sus propias luces: pantallas brillantes que rara vez apagaban.

—Se están olvidando de nosotros —dijo una voz familiar.

Prometeo no necesitó girarse para saber que era Hermes, el de los pies alados, ahora calzados con zapatillas de edición limitada.

—Zeus está preocupado —continuó Hermes, sentándose junto a él—. Dice que si seguimos perdiendo seguidores, pronto seremos sólo... mitos.

Prometeo rió.

—¡Eso somos! ¿Qué quiere que hagamos? ¿Más tormentas eléctricas? ¿Más guerras? Ya no funciona. Tienen explicaciones para todo.

Hermes le mostró su teléfono. En la pantalla, una chica joven encendía un fuego en un bosque nevado.

—Ella todavía cree —dijo Hermes—. No en nosotros como éramos, sino como símbolos. Para ella, tú representas el conocimiento, la rebeldía contra lo establecido.

Prometeo observó a la chica y sonrío. En el video estaba sola, pero el fuego que había creado iluminaba su rostro con la misma luz que había cautivado a los primeros humanos.

—Una seguidora de verdad —murmuró Prometeo—. Al menos es algo.

—¿Será suficiente? —respondió Hermes.

—Mira, mientras haya uno que todavía sepa las historias que llevamos a la espalda, mientras haya una que encuentre en nosotros algo por lo que vivir, será suficiente.

Prometeo miró las estrellas, soñando con flamas y risas. No creía en el fin, sólo en las transformaciones…

—Qué bueno que pienses eso porque Zeus te quiere ver. No le agrada que de todos los dioses, seas tú en quien esta chica piense.

… Sólo en las transformaciones. Aunque haya castigo.

Hace unos meses, me encontré en una conversación acalorada, sesuda y bastante ñoña con unos amigos sobre si El Rey León era una copia de Kimba, el león blanco o una adaptación de Hamlet (sólo digo que es ambas cosas). La discusión hizo darme cuenta de algo: estábamos debatiendo mitología moderna con el mismo fervor con que los antiguos griegos debían discutir sobre las múltiples versiones del mito de Perséfone.

Y es que, en esencia, ¿qué son nuestras grandes franquicias culturales —desde Star Wars hasta Marvel, pasando por Harry Potter o El señor de los anillos— sino nuevos sistemas mitológicos? Tienen sus héroes, sus villanos, sus dioses y semidioses, sus profecías y, sobre todo, sus lecciones morales.

Lo que me da harta gracia es cómo estos nuevos mitos siguen cumpliendo las mismas funciones que los antiguos: nos ayudan a dar sentido al mundo, funcionan como parábolas, crean comunidad entre quienes los comparten, y nos permiten explorar temas universales —amor, muerte, poder, destino— a través de historias que parecen estar a una distancia segura de nuestra realidad.

Pero hay una diferencia crucial: mientras que los mitos antiguos eran anónimos, colectivos, transmitidos oralmente y modificados por cada narrador, nuestros mitos modernos tienen dueño. Tienen copyright. Están fijados en medios concretos. Son propiedad de Disney o de Warner o de cualquier otro conglomerado mediático.

Y esto me lleva a preguntarme: ¿qué impacto tiene esta corporativización de la mitología en nuestra forma de relacionarnos con las historias? ¿Qué pasa cuando el mito se convierte en marca registrada?

Quizá la respuesta está en cómo, a pesar de esas restricciones corporativas, seguimos apropiándonos de esos mitos. Los fanfics (historias basadas en personajes con copywright), los memes, los cosplays (disfrazarse de tu personaje favorito) o las teorías de fans son nuestra forma de seguir participando en la creación mitológica, de seguir siendo parte de esa tradición humana esencial: contar historias para entender el mundo.

Así que la próxima vez que te encuentres discutiendo apasionadamente sobre si Jon Snow debería haber acabado en el trono o sobre si Thanos tenía razón (ten cuidado con hacerme esta pregunta si quieres seguir pensando bien de mí), recuerda que estás participando en algo tan antiguo como la humanidad misma: la perpetua creación y recreación de las ficciones que nos definen.

Así que sigues teniendo dioses, aunque quizá no te has dado cuenta.

¡Hasta el próximo miércoles!

¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.

Con cariño libre de virus,

J. McNamara, aka Geeknifer.

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